Cecilia
Primera Parte
I
En ruta a las playas del sur manejaba por la
Panamericana cuando antes del cruce con Javier Prado mi cabeza giro levemente a
la izquierda. Me pareció ver el edificio de “Todos” claramente …pero en mi
mente, porque el local de esa panadería no existía más. Había desaparecido
junto al parque de Salamanca que quedaba al frente. Todo lo recuerdo muy bien
porque allí fui un día, para acompañar a mi hermana Sofía a una fiesta en el
segundo piso de aquel edificio.
A mí me gustaban las fiestas, ¡a quien no! pero ir a
una, como el hermano menor, fue vergonzante. Yo tenía catorce años y mi hermana
quince. No es una diferencia abismal, pero a esa edad las chicas mayores que tú,
aun por un año, te trataban como a un crio, te rechazan, no te hablan, apenas si
te daban un saludo ¡y eso! Una de ellas, muy compasiva, tuvo el descaro de
comentarle a mi hermana que era una pena que yo no tuviera dos años mas. Entonces,
yo no importaba. Las miraba lánguido desde un rincón como se divertían de lo
lindo, bailando, cantando, hablando y riendo. Desde allí me di cuenta que
estaban actuando para llamar la atención de los chicos mayores que yo. En un
solitario rincón, mi vista, como un faro, paneaba de izquierda a derecha el
salón. Así estuve como una hora deseando que avanzara rápido el reloj para que
acabara ese suplicio, mi rabia y mi mal humor … ¡hasta que la vi!
Vi a una chica que cruzaba frente a mí. Era menuda,
delgada, cabello hasta los hombros. Se le veía linda con un vestido amarillo
bario, arriba de la rodilla. Parecía una princesita. La mire, pero me ignoro,
solo divise su perfil. Quería ver sus ojos, pero no atiné su mirada. Sali
de mi rincón y caminé un poco a su lado y con mi movimiento atraje su atención. Fue menos de
un segundo en que sus ojos se posaron en mi mirada y fue fatal. Cual un rayo casi
caigo electrocutado. Ese fue el momento exacto de mi perdición. Sentí la flecha
de cupido atravesar mi corazón. Su mirada sembró un deseo en mí, el querer
estar con ella, el querer hablar con ella, el querer mirarla totalmente y
profundamente y el querer saber cómo se siente el mundo alrededor cuando se
está al lado de ella. Desdicha fue que eso nunca ocurrió, jamás pasó.
De repente en el salón se empezó a escuchar una canción,
acerca de una chica especial con un nombre singular y de un amor que nunca
floreció. La canción se llamaba “Aubrey”. Me gustó su melodía tan dulce,
suave, romántica, tierna que me empujó a sacarla a bailar. Le tendí la mano y sin mirarme la
cogió. Empezamos a bailar, rodeados de otras parejas en un ambiente con poca
luz. Si hubiera sabido en ese instante lo que supe años después me hubiera
ahorrado tantas lágrimas de desamor. Pero en ese momento la tenía junto a mí y
era eso lo que más importaba. Era mío su cabello lacio que rozaba mi mejilla,
era mío el perfume que emanaba su cuerpo y era mío su manita atenazada por la
mía. El final de la canción me sorprendió en un trance, de perdido, de ido, de
alucinado. Dejamos de bailar y nos alejamos. Yo me fui a mi rincón. ¿Qué me pasó? me pregunté, debí
de haberle hablado, preguntado si la podía llamar, si la podía invitar a
pasear, ¡que tonto fui! La busqué para bailar otra vez, pero se había ido. Sin
embargo, ya había abierto una grieta en mi realidad por donde poco a poco iría
escapándose en mi vida la cordura.
No pude dormir esa noche pensando en ella. Rememoraba
el momento que la vi, el baile, su cabello, su piel, su perfume, la canción. Empecé
a consumir los días pensando en ella. Quería volver a verla así que indague
secretamente por ella, donde vivía, donde estudiaba, como se llamaba, todo. Pase
infinidad de veces por la puerta de su casa para toparme con ella y nada.
Así paso como tres meses sin poder encontrarla. Ante
tanto infortunio resolví olvidarme de ella. Me oculté en el lado
oscuro de la luna, donde no me llegara ningún rayo de su sol. Degradé su ser a
la no existencia y resolví ignorarla. La imaginaba desde otra dimensión. Diluía
su figura y la tornaba transparente. Así la fui desconociendo poco a poco hasta
que un día, un día, un enajenado día, ella disparó un rayo de su luz con su
mirada que limpió los campos de fuerza erigidos para protegerme de ella y sumergió en un
total caos mi existencia.
Apareció en la puerta de mi casa, donde tocó y preguntó por mi hermana
mayor. Fui yo quien le abrió la puerta. La vi resplandeciente y me hablo con
una voz de pajarito.
- ¡Hola ¿Esta Sofía?
- ¡Hola! ¿Te acuerdas de mí? Nos conocimos en una
fiesta en Salamanca.
-Si, claro que me acuerdo.
-No te hablé ni te pregunté tu nombre. A propósito, ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Cecilia.
- Y yo Marlon.
- Gusto de conocerte
- El gusto es totalmente mío.
Y me miró fijamente y sonrió. Y el día se ilumino para
mí.
-Entonces, ¿está tu hermana? Necesito darle un recado.
-Si, claro. La voy a llamar.
Busqué a mi hermana y las dejé para que hablaran.
¿Sabías que una mirada puede destruir tu mundo? ¿Qué
una sonrisa puede astillar tu universo? ¡Helo allí! Así fue. Pero me sucedió a
mí y a ningún otro, ¿Por qué? Porque yo estaba dañado, por esa visión, cuando
mis ojos la vieron. Deberían haberse perdido, como un misil que no alcanza su
objetivo.
II
Y así pasaban los meses que cuando uno es joven son
años. Pero ¿Por qué no me animaba a hablarle de amor? ¿Era muy bonita para
mí? o ¿yo era muy feo para ella? Yo le
eché la culpa a mi timidez, a la paralización de mi voluntad, a la rigidez
de mi lengua cuando quería insinuarle mis sentimientos. Entonces solo le decía hola- qué tal- cómo estás- muy bien-
adiós.
Pero yo encontré una forma de conversar con Cecilia y
contarle de mi amor. Era a través de los sueños. Cuando la noche estaba bien
avanzada cerraba mis ojos e iba en busca de Cecilia. La encontraba en su sueño
y la invitaba a caminar por un sendero de flores hasta llegar a una fuente de
agua y en una banca nos sentábamos los dos. Y le decía:
-Cecilia, te voy hablar a tu corazón…mejor…. a tu
espíritu. Yo te amo y modestamente te pido que me escuches, si es necesario,
pues…puedes sentir… amor sin tocarte mis manos… y yo… puedo sentirlo… emanando
de ti.
Callada me escuchaba, con la cabeza agacha, sin decir
nada.
En otro sueño, estábamos frente al mar y le pregunté:
- ¿Has visto como las olas golpean ferozmente el
farallón? Tan sólido y monumental que es. Puede tardar un millón de años. Pero
al final, el farallón y el océano serán uno.
En ese estado de cosas, lo cotidiano me aburría, los
días eran sosos, el estudio tedioso, solo la noche me atraía. ¿Qué sentido
tiene todo? ¿Qué es la vida si no te da felicidad?
Y la felicidad no estaba en la rutina de los mayores. Para
saberlo solo bastaba ver sus existencias, a toda hora insulsa, con escasos
momentos divertidos, enfrascados en conversaciones frenéticas sobre política,
deportes y religión. Yo no quería estudiar, superarme, progresar para ser …
eso. Tampoco me interesaba la carrera al matrimonio, a tener familia que
supuestamente aseguraba una vida feliz. Por lo tanto, fije mi anhelo de
felicidad en persistir en lo que colmaba de gozo y dicha a mi juventud.
Una noche, en mi sueño, la conduje a una playa
escondida, al borde de un océano de aguas transparentes.
-Tendámonos en la arena bajo la mirada ardiente del
sol – le pedí.
Me siento gozoso de estar aquí contigo.
Cecilia se echó y cerró los ojos, sin hablar. Me eché
a su lado y vi su cuerpo, su piel. Y note algo maravilloso.
- ¡Mira! Tu piel brilla como oro.
Cecilia me escuchaba en silencio.
-Tengo sed, sed de agua, sed de ti – afirmé.
-Cecilia, cuando termine este sueño, la espuma marina
borrará nuestras pisadas. Pero no acabará aquí, porque tú eres la arena, la sal,
el mar. Cuando soñemos otra vez iremos a otra playa, en otro universo si
quieres. Y caminaremos sobre polvo cósmico multicolor y nos bañaremos en un mar
verde fosforescente bajo un sol rojo.
Anoche en mi sueño volví a buscarla, pero no la
encontré. Llegue hasta el final del sendero y tampoco estaba allí. De pronto la
vi venir por un sendero rodeado de altos árboles. Venia sonriente y cuando
estuvo cerca de mí me miró de soslayo y me preguntó.
- ¿Me quieres mucho? Lo dijo con un tono como si ya
supiera la respuesta.
Aunque extasiado y sorprendido en ese momento quise
decirle que no, que no te quiero mucho, porque quererte es muy poco, muy
simple. Quería decirle que la amo, a todo su ser con todo mi ser, con todos los
buenos sentimientos que un ser humano puede tener. Sin embargo, yo le respondí
sin pensar.
- ¡Si, mucho te quiero!
Y ella sonrió y continuamos andando, uno al lado del
otro.
Al despertar sentí que se había abierto un mundo, el
otro mundo que completaba mi otra mitad. En ese momento supe que la realidad se
había colado en mis sueños.
Entonces me di cuenta que las mujeres no aman de
golpe. Abren la puerta del amor y no entran hasta no estar seguras de que las
quieren mucho. Allí es cuando deciden entrar.
III
Yo sabía que estaba enamorado de Cecilia, pero no
sabía si ella sentía lo mismo por mí. Mi sueño me decía que su alma ya lo sabía,
pero ¿lo sabía ella en realidad?
Una noche fui a su casa, no recuerdo porque motivo,
¡ah sí! era un favor. Apenas entré se puso a hablarme, a preguntarme, toda sonriente,
tan cerca de mi rostro y tan rápidamente que tuve que retroceder. Recuerdo que
le mentí tres veces.
-Estoy bien.
¡Que iba a estar bien! Si me estaba muriendo por ella,
literalmente.
-No me costó nada.
El favor me costó harto trabajo
-¿Seguro? ¿No me estas mintiendo?
-No, para nada.
Claro que le mentía.
Me acompañó a la puerta para despedirme y sin pensar
aproveché para abrazarla y se dejó. Le di un beso de despedida que casi se lo
doy en sus labios en lugar de la mejilla. El beso fue brusco pero tierno, pero
tuve que soltarla apuradamente cuando su hermana menor apareció. Aún tengo la
sensación de su torso en mis manos y el roce de su mejilla en mis labios. Me
pregunto si eso significó algo para ella. Pero no lo sé. ¿A quién preguntar si
nunca nadie supo que la quería?
Volví a su casa en diciembre a la fiesta de cumpleaños
de su hermana. Era una fiesta en penumbras, a todo dar, con luces y con un
conjunto de rock. A tientas la busqué, en la sala, en el jardín y en el comedor.
Hasta que la vi y me vió y por un momento el tiempo se congeló. Vi profundo en
ella y ella en mí. Pero la vi sentada con chicos a su alrededor. ¡Bah!
cualquier chico no era más que una disonancia en una bella canción. Había ido a
esa fiesta solo para verla. Y la vi. Y ya no había otra razón para estar allí.
Y me fui.
Pero no dejaba de buscarla en sus sueños y entonces
¡hela allí! Fresca como la brisa en las tardes de verano, risueña como una
sonaja, abrupta e inquieta como el rio que baja de la sierra en el estío. Nos
sentamos y le tomé la mano. Esa noche quería que ella entendiera que la amaba
en sus sueños y también en la realidad. Entonces le dije:
- Estos ojos con que la miro complacen mi ser y
endulzan mi alma. Tuve la suerte de sentir la sutil ternura que escondía su
alma. ¿Ha leído alguna vez el libro del
amor? ¿De mi amor? Si no, leería con que ternura miraría al ser amado, las
tiernas caricias que mi mano proveerían, en la frente, en la faz de su rostro,
en su sien.
Mis palabras le deleitaban, lo sentía cuando ella
apretaba levemente mi mano cuando le hablaba. Tomado de su mano volvía a la
vigilia, a la realidad.
Al notar su agrado por mis palabras una noche decidí
ser más sincero con Cecilia y le expresé mis sentimientos.
- Siento un
dulce veneno que hace estragos en mi cuerpo, en mi mente. No dejo que
fácilmente se posesione de mí y resisto firmemente. Pero ya no encuentro
refugio en la sensatez. Sé que solo dejándome caer en el abismo de esta pasión
descansaría realmente. Mi única alternativa es convertirme en una cosa, un
objeto, en nada. Y vivir la triste y tranquila vida de los que se rehúsan a
amar hasta la muerte. ¡Qué fatalmente triste! Sé que ignoras el tanto daño que
puede causar tu ser en la vida de tu semejante, aunque éste se encuentre
lejano, distante. Si pudiera hacerte entender, que no debes de tomar los
sentimientos profundos hacia ti tan ligeramente, pero… ¿Qué si apelo al sagrado
mandamiento que nos dejó el Crucificado y me amas como Él dijo que amaras a tu
prójimo, cristianamente?
Y me desperté complacido deseando que mi amor haya
podido haber cruzado la barrera de los sueños y se hubiera transformado
finalmente en realidad.
Pero la realidad es algo de la cual nunca debemos de
fiarnos. ¿Acaso no se sabe que la realidad es pérfida y asesina? ¿No es cierto
que traiciona y mata nuestros sueños? En la mañana siguiente me enteré que
Cecilia había aceptado a un chico como su enamorado.
¿Cómo pudo eso suceder? ¿Si yo era su amor verdadero?
¿Cómo no podría serlo si no sintiera el amor que siento? Porque un amor así no es solo verdadero, es
mágico. Es una fusión de dos almas que aceptan con fe de que no van a arder,
que al saltar al vacío no se han de matar, de enfrentar el reto de reconocerse
el uno al otro, que son el uno para el otro, que no habrá rompimiento, no habrá
temor, que solo habrá respeto y amor.
Pero ni Cecilia ni yo nos dimos cuenta que nuestra
conversación en los sueños se guardaba en el corazón, y nuestros corazones lo
sabían todo, de la realidad del mundo y del amor. Tragedia fue que ella no
escuchó a su corazón decirle que esperara y yo no escuché al mío decirme que
confiara.
IV
Cuando se es adolescente no se entiende para que
sirven realmente los estudios. No nos hacemos esa pregunta, solo obedecemos la
orden de ir a la escuela, es nuestra obligación. Pero todo lo que queremos es
divertirnos y eso significa no tener obligaciones. Y los mayores son los que
deciden que es importante y necesario hacer, sin contar con nuestra opinión.
Porque ¿qué tiene de malo no tender la cama? ¿No arreglar su cuarto? Así que
nuestra tarea es estudiar, aunque eso no nos entusiasme mucho por más que nos
digan que es para que podamos ser lo que queramos cuando seamos grandes. No es
que no deseáramos ser doctores o ingenieros o policías o bomberos. Pero eso era
algo muy remoto en el tiempo, a años luz de nuestras pequeñas vidas, ser
“alguien” en el tiempo futuro pero no éramos “nosotros” en el presente. Todo lo
que queríamos era jugar, jugar todo el día y la noche si fuera posible, andar
con los amigos, mirar a las chicas, pasear y gastar lo que teníamos de más,
nuestra energía.
Pero hice mi obligación, termine mi secundaria, seguí
la universidad y termine un bachillerato en biología. Todo eso sin olvidar a
Cecilia. Rara vez la veía. Vivíamos en mundos diferentes con diferentes almas.
Pero siempre tenía un tiempo para preguntarme que estaría haciendo, imaginando
ir a verla, andando por las calles juntos. En esa vida sin Cecilia muchas veces
el nuevo día me sorprendía vagando por calles lúgubres y peligrosas o por
parques floridos pero vacíos. Y en mi vagabundear solitario y perdido, una
melodía resonaba en mis sienes, “Aubrey”. No, no me entristecía escucharla, era
un réquiem, era la música que acompañaba el duelo de una pena en mi existencia.
Claro que tuve chicas, unas más lindas y preciosas que Cecilia, alguna mucho
más inteligente y lista que ella. Pero no es que Cecilia no fuera linda o inteligente.
Era bella, lista y cándida a la vez, eso la hacía súper para mí.
Se me presentó la oportunidad de estudiar afuera. Y
que suerte que decidir viajar justo cuando me entere que Cecilia se iba a
casar. Me hicieron una fiesta de despedida y Cecilia asistió.
-Te deseo mucha suerte – me dijo abrazándome.
-Gracias Cecilia (Te voy a extrañar mucho, le dije
para mis adentros).
Así me despedí del amor de mi existencia, de cercana
lejanía, con recuerdos pasados y futuros, con agridulce melancolía.
Ya han pasado cinco años y tu imagen no se ha borrado
de mí. Te extraño, que lo sepas quiero, si eso tiene algún valor para ti.
Extraño no lo extraordinario de ti, extraño los miles de minúsculos detalles
que te hacen tú. No sé entre ellos cual añoro más pero tu sonrisa es el que me
gana. Ya demasiado te he extrañado que tu recuerdo se ha desgastado en mi
memoria. Tu ausencia en mí, es como si te hubieras… pero no te has muerto, pero
mi duelo es parecido a como si lo estuvieras. Pocas cosas he cumplido en mi
vida cabalmente, pero lo que no te dije, que te iba extrañar mucho, lo he
cumplido diligentemente.
Ahora sé que el amor entre Cecilia y yo no estaba
destinado a ser, sino lo hubiera sido de cualquier manera. Y ya no lo será, no
en esta vida.
V
Había cumplido 42 años y me encontraba solo, sin
pareja. De hecho, había decidido no casarme ni tener hijos. No quería casarme
porque sabía que los sentimientos son cambiantes y muchas veces no son
recíprocos. No quería tener hijos porque es una gran fuente de problemas. La
verdad era que temía sufrir por esas dos causas.
Estaba solo,
pero estaba en contacto con Cecilia… indirectamente. Ella y mi hermana se
habían hecho buenas amigas. Las dos tenían la misma edad, estaba casadas y ambas
tenían dos hijos. Así que cuando hablaba con mi hermana me decía que fíjate que
Cecilia esto y aquello, que se ha mudado, que sus hijos están grandecitos, etc.
Yo fingía que la escuchaba sin mucha atención, aunque “paraba bien la oreja”
para enterarme de cualquier detalle. De hecho, esos detalles animaban mi
tranquila y rutinaria vida. Aunque en mi existencia había tenido muchas cosas
buenas, exuberantes y alegres y algunas un tanto tristes, erradas y penosas,
adolecía del amor, del amor de mi vida, del amor de Cecilia.
Fácil
sería decir que lo que yo sentía era solo una obsesión. Pero era mucho más que
eso. Y es que cuando pensaba en ella, cuando recreaba en mi mente el momento
cuando la vi, donde la vi, como la vi, que le dije, que me dijo, que hicimos,
algo se encendía en mi cerebro que me volvía animoso, sentía más confianza, me
sentía más vivo. Era como si sintiera una suerte de placer mental cuando me
envolvía en pensamientos y sentimientos sobre Cecilia. Claro que todo eso no
era real porque no existía en el mundo físico, pero si en mi cabeza, que lo
aceptaba como real. Pero ¿Qué es la realidad? ¿No es acaso, en última instancia
lo que sentimos? Un paisaje causa alegría a algunos, pero tristeza a otros,
aunque todos admitan que ven los árboles, la pradera y el cielo azul.
Una noche tuve un sueño. Soñé que estaba en una casa
grande de madera. Yo era un sirviente que vestía una ropa simple de la edad
media. La dueña del señorío me llamó.
Tomaba un baño caliente en una tinaja de madera. El cuarto de baño era
grande y separada del resto de la casa por una gran cortina oscura.
-Sécame los pies – me ordenó
Deslizó un pie por entre las cortinas y lo sequé con
un paño blanco. Luego le sequé el otro. Después corrió la cortina y sonriéndome
salió envuelta en una gran manta blanca. Desperté y reconocí el rostro que vi
en mi sueño. Era de Cecilia. Tenía otro cuerpo, otro rostro, otra piel, más en
mis adentros sabía que era ella. Quise averiguar que significaba ese sueño y
fui a ver a una gitana.
-Tú conoces a esa mujer. Te has encontrado con ella
antes, en otra vida. Tú eras su siervo y
ella tu dueña, pero aun así te quiso, fue buena contigo y cuido bien de ti.
Ahora tienes que retribuir lo que recibiste.
-¿De qué manera?
-Tienes que amarla porque ella no sabe que es el amor.
-Pero…
-El amor podría estar frente a ella, pero no lo vería
porque no sabe lo que es.
-Pero yo…
-Y debes decirle que la amas aunque no te quiera escuchar,
…
-Yo he tratado…
-… y aun cuando no te crea.
De pronto, lo que dijo la gitana inundó mi mente de
una luz resplandeciente. Y de entendimiento.
-Porque ella sufre y necesita sentir que es amada.
-Eso no lo puedo hacer.
-No es lo que puedas o no puedas hacer, es lo que
tienes que hacer.
Me fui, no quería escuchar más.
Comprendí que tenía que hablar con Cecilia y decirle
que la amaba, aunque tuviera que romper el arca de la alianza en ese intento.
VI
¿Cuándo sabemos que amamos a una persona? Muchas veces
me había preguntado ¿qué realmente sentía por Cecilia?
Yo me sentía enamorado. Sentía que quería estar con
ella, hablar, caminar con ella, porque sentía que eso me daba alegría. Me
sentía enamorado porque pensaba en Cecilia más de cien veces al día, desde que
despertaba hasta que me dormía. Sentía placer imaginándome con ella, pero
sufría por no tenerla, sufría por no poder estar con ella. Mi mente estaba
fuera de control, mi razón giraba alrededor de Cecilia. Ella se había
convertido en una necesidad, en una suerte de adicción que tenía que consumir
para ser feliz.
Pero eso no era todo lo que sentía por ella, yo quería
verla feliz, que no tuviera problemas que hicieran preocuparle. También me
interesaba que esté bien, que no tenga ningún problema de salud. No me hubiera
gustado saber que sufría por alguna enfermedad.
¿Y qué de su cuerpo? No pensaba en ello, aunque no
quería decir que no me gustara físicamente. Pero sí, me atraía, pero más que
todo porque era el cuerpo de ella, con todas sus formas, todos sus encantos,
todas sus gracias. No me hubiera importado si me hubieran dicho que era o no
era bonita, para mí lo era.
Si, absolutamente me hubiera gustado estar con
Cecilia, disfrutar de su compañía, ser su compañero y poder llamarla mi amor.
Seguramente que no todo hubiera sido felicidad porque todos tenemos nuestras
imperfecciones. Pero no me hubiera arrepentido de estar con ella porque tuviera
defectos. Pienso que la hubiera comprendido con todo el amor y por todo el amor
que le tengo.
Todo estaba claro para mí. Mis sentimientos eran
sinceros y verdaderos. Ya sabía porque estaba fija en mi mente en Cecilia y
porque tenía que amarla en esta vida.
Pero nadie más sabía esto. Y lo peor es ¿me creería
Cecilia? Me ponía en su lugar o de cualquier persona que escuchara la historia
que me dijo la gitana, inmediatamente me tildaría de loco. Prácticamente me
tomaría como tonto, un idiota o un vivo que invento algo absurdo para salirse
con la suya.
Mas tenía que acercarme a Cecilia y decirle que la
amaba, que la quería desde el primer momento que la vi, desde el primer momento
que puse mis ojos en ella, que algo se encendía en mi cada vez que veía su
sonrisa y que a pesar de los años transcurridos y los que pudieran venir,
siempre pensaría en ella y que nunca la olvidaría. Y lo más importante que
debía de saber es que alguien en este mundo la podía querer solamente por
existir.
VII
Sé que debería haberla olvidado y en la distancia
debía haber sido fácil. Pero Cecilia había sido lo más obsesivo que había
tenido en mi vida. Aunque llenaba mi cabeza de infinidad de cosas para
distraerme, para agobiarme, todo intento había sido un fracaso porque siempre
llegaba el momento en que me encontraba solo conmigo mismo, con mi soledad, con
el vacío de mi alma. En ese instante mi ser reclamaba un bálsamo, una pócima de
ilusión para existir, para seguir viviendo. En el último segundo de mi
desesperanza, Cecilia me salvaba. Entonces ¿Cómo podría haberla olvidado?
Por eso estaba decidido a confesarle que la amaba,
pero no porque buscara una relación o un sentimiento reciproco. Creo que los
sentimientos no se toman, se dan sin esperar un compromiso. Y esa era mi
misión, decirle que la amaba si esperar ninguna retribución.
El único problema era como decírselo, así, tan de
pronto, después de tanto tiempo. Eso sonaría falso. Pensé que sería buena idea
enviarle un poema por su correo electrónico. Así lo hice.
¿Adónde van mis sentimientos?
los que emanan de mi pecho.
¿Se desvanecen acaso?
o se expanden como el aire.
¿Son acaso eternos
y existieron antes de mí?
¿o broto ahora y aquí?
¿Fuiste tú la razón
que los originó?
¿Entonces qué soy yo?
¿un enajenado
que sin querer
tenía que amarte
sin justificación?
Supuse que en dos o tres días tendría una respuesta. Esperé,
pero no llegó.
En la noche tuve un sueño. Andaba por una calle y en
una esquina la vi dentro de un almacén. Vestía un suéter a rayas azules,
blancas y rosadas. Me extrañe porque no era la ropa ni los colores que
usualmente ella vestía. Entré y la vi acompañada por dos tipos. Seguía lo
inusual.
-¿Qué escondes? Le pregunté.
-No escondo nada – Me contestó seria.
-¿Qué secreto guardas?
-No guardo nada.
Y me desperté.
Aprovechando que había vuelto a Lima de vacaciones decidí
hablarle personalmente. La busqué y la encontré en un centro comercial cerca de
su casa.
-Hola Cecilia. Quiero hablar contigo.
Me miró fijamente un instante y me respondió.
-No tenemos nada de qué hablar.
-Tienes que escucharme, es algo importante.
-No quiero escuchar nada.
-¿Qué ocultas? Le hice esa pregunta porque me acordé
de mi sueño.
-No oculto nada.
-Sí, lo sé. Algo pasa entre los dos.
Quería escabullirse, pero la había arrinconado.
- ¿No te das cuenta?
- ¿De qué?
- He soñado contigo, justo lo que ahora está pasando.
Usas la misma ropa que usabas en mi sueño.
-Creo que estás loco.
-Y estamos hablando las mismas cosas que hablábamos en
el sueño, por eso sé que ocultas algo.
Se quedó callada.
-Pero eso no importa porque tengo que decirte algo.
-Dime, ¿Qué tienes que decirme?
En ese instante paso una señora que la conocía.
Cecilia se turbó y nos callamos. Saludó a la señora y se fue hablando con ella.
¡Qué desilusión! A punto estuve de confiarle mi
secreto y se frustró.
Busqué otra oportunidad para hablar con ella, pero no
fue posible.
Decidí enviarle otro poema:
Nadie sabe la verdad
que talvez jamás intuirás.
Que un corazón se desangra,
para que entiendas
que alguien aún
te
puede amar.
No sé por qué, pero tuve temor de enviárselo, pero
recordé que el haber ocultado mis sentimientos me había hecho sufrir. Y la envié.
Al día siguiente me llama mi hermana.
- ¿Qué has hecho?
- ¿Hecho que?
- Le enviaste una carta a Cecilia.
- Sí, ¿Por qué?
-Su esposo la recibió.
- ¡No!
Después de tantos años de indecisiones, de haber
consumido mi adolescencia, mi juventud, escondiendo un sentimiento que estaba
por revelar y cuando Cecilia había accedido a escucharme, todo se derrumbó.
VIII
Los
sueños que tuve de Cecilia impactaron dulcemente mi vida emocional y me
hicieron feliz. Pero también me trajeron tristezas.
¿Debería
de seguir creyendo en los sueños? Einstein declaró que la Teoría de la
relatividad fue inspirada en una serie de sueños que tuvo. Mendeleev concibió
la tabla de los elementos químicos por un sueño. Neils Borh desarrolló el
modelo del átomo basado en un sueño. Y el personaje que más recuerdo que
adivinaba sueños fue José, el personaje de la biblia quien interpretó los
sueños de un Faraón. Entonces, pensé, los sueños no son ni buenos ni malos de
por sí, sino lo que debemos de esperar del futuro, el cual tenemos que aceptar.
Me había ido de mi país para olvidar mi destino. Y a pesar de la distancia que
me separaba de mi centro, mi norte siempre estaba al sur, adonde volaban todos
mis sentimientos.
Un
día mi hermana me llamó
-¿Cómo
estás?
-Bien,
¿y tú?
--Bien
también. ¿Sigues pensando en Cecilia?
-Bueno…sí.
-Te
voy a contar algo. Cecilia habló conmigo. Me preguntó por ti, que como estabas.
Quiero
contarte algo que a nadie he contado, me dijo Cecilia. Talvez te sorprenda que
te diga que siempre he estado enamorada de tu hermano, desde colegiala. Me
alegraba verlo con su cara de pajarito malherido y su cabeza de Astroboy, me
siguió diciendo.
Pensé
que me estaba jugando una broma, pero prosiguió. Yo le daba señas a tu hermano
de que me gustaba, pero nunca las entendió. Me gustaba mucho bailar con él,
sentirlo junto a mí, agarrando temblorosamente mi mano. Pero no me hablaba. Mis
amigas lo llamaban “el mudo”. Hubiera querido ser su enamorada pero no sabía si
sentía lo mismo por mí. Así que acepté al que hoy es mi esposo. Pero no lo
olvidé. Era la ilusión de mi juventud. Cecilia me dijo que cuando tú quisiste
hablar con ella estaba pasando por malos momentos. Y se pusieron las cosas peor
cuando su esposo leyó el poema que le mandaste. Se puso furioso y le echó la
culpa a ella. Yo nunca le di ningún motivo para que desconfíe de mí me contó. Y
echarme la culpa de haber provocado a tu hermano fue bien injusto. Pero él es
así, celoso sin motivo. Se pone celoso cuando en las fiestas alguien me saca a
bailar. Y me cela hasta con mis tíos. Cuando tu hermano se acercó no creí en
sus intenciones, y pensé mal. Pero sus poemas los sentí sinceros y me hicieron
pensar que podía existir alguien que me podía querer de verdad. El día que vi a
tu hermano me dijo que yo guardaba un secreto, que sabía que yo tenía un
secreto por un sueño que tuvo. No sé
cómo pudo saberlo o talvez solo lo adivino. Porque si, tenía un secreto, el que
te estoy contando. No soy feliz con mi esposo. Soy esposa y madre, pero siento
que no soy yo. Varias veces he hablado de separación con mi esposo. Hasta me he
ido de casa dos veces, pero he vuelto cada vez que me prometía que iba a
cambiar. Pero después de un tiempo las cosas volvían a ser las mismas. Fíjate
que yo misma no cumplo con mis promesas. Me pongo una fecha límite para
separarme definitivamente pero no la cumplo. Debe ser difícil, le dije. Es una
gran responsabilidad disolver una familia, aunque creo que podría ser lo mejor
para mis niños porque ya no verían las peleas continuas de sus padres. Pero
tampoco quisiera que pasen penurias y que no tengan la figura de un padre en
sus vidas. Talvez sea más fácil la separación cuando sean adolescentes. También
hay otros motivos que hacen difícil el sepárame Al principio de mi matrimonio
mi esposo era bueno, me trataba bien y me daba muestras de consideración. Pero
después de los primeros años fue cambiando poco a poco. Se hizo insensible,
demandante, frio y seco, aun con sus hijos. Creo que pensar que él pueda volver
a ser como antes me hace mantener mi matrimonio. Tengo la ilusión de que me
vuelva a tratar como antes lo hacía. También algo en mí se rehúsa a separarme,
no me gusta aceptar la derrota. Eso sería aceptar que me equivoqué. Por eso me
esfuerzo. Renuncio a veces, pero vuelvo a luchar por mi familia. Lo curioso es
que lo de tu hermano, a pesar de los problemas que me trajo, ha ayudado a que
mi esposo me trate mejor. Es como si se hubiera dado cuenta que yo valgo mucho
para alguien más y debe de cuidarme. Me alegra mucho que salga algo bueno de
algo tan malo, le dije y le desee buena suerte.
Sentí
un alivio al saber que Cecilia estaba bien. También sentí algo dulce al
enterarme que también me había querido, como yo a ella. Pero me entristecí el
darme cuenta que toda mi vida había sido un tonto por no expresar mis sentimientos.
Y algo me confirmaba, que Cecilia nunca dejaría su matrimonio. Cecilia era de
aquellas mujeres que se casan una vez en la vida, para siempre, por más mal que
le esté yendo. Y aunque ella supiese que yo la quiero, mis palabras jamás
llegaran a sus oídos.
Entonces
tuve otro sueño. Soñé que andaba por un camino en medio de un prado. El camino
llegaba a una casa de dos aguas. Toqué la puerta y me atendió una empleada.
Abrió la puerta de par en par y pude ver a Cecilia, al fondo de una habitación,
con un vestido largo hasta el suelo. Me miró un instante y luego lentamente su
mirada la dirigió a un hombre que estaba sentado a su lado. Era su esposo.
Supe
entonces que yo había ido a su casa por ella, para que se fuera conmigo. Pero
su mirada triste y abatida me decía que se quedaría con él para siempre.
IX
Muchas veces en la vida suceden cosas contrarias a lo
que esperamos, hagamos lo que hagamos, las cosas se manifiestan siguiendo un
plan, no el de nosotros.
Extrañaba tanto a Cecilia que quise comunicarme con
ella a través de los sueños, como lo hacía antes. Me dormía pensando en ella.
Llamaba su nombre en la frontera de la vigilia. Pero no venía, no venía.
Una noche me sumergí en mis sueños. Me vi en un amplio
patio de escasa luz. La vi caminando con su hermana y la seguí. Bajaron por una
escalera que tenía un descanso. Cuando caminaban por un corredor amplio las
alcancé y la separé de su hermana. Me acerqué dispuesto a hablarle. Sin decir
una palabra Cecilia me dijo que tenía que hacer. Caminamos lado a lado por la
calle Capón donde un montón de bicicletas, cargadores y gente con paquetes
transitando nos atropellaban al caminar. Tuvimos que andar en hilera hasta que
encontramos una escalera. Subimos a un primer nivel y encontramos calles más
anchas por donde corrían ómnibus rojos de dos pisos. Me dije que estábamos en
Londres. Andando llegamos a la Plaza Trafalgar que me recordó a la primera
cuadra del Paseo de La Republica. Nos sentamos y sin mirarme me habló:
- ¿Por qué me llamas?
-Te quiero y sé que tú también me quieres. Quería
verte, saber de ti.
- No es posible vernos.
-Pero, ¿ni en sueños?
-Ni aun en sueños porque los sueños repercuten en la
realidad. Para ti es fácil porque no tienes a nadie, pero yo tengo un
compromiso.
Le cogí la mano.
-No es justo que ni aun en sueños te pueda amar.
-No es cuestión de justicia, es cuestión de
sacrificio.
Le había cogido la mano, pero no me miraba, miraba el
horizonte, el cielo y el suelo, pero no mis ojos. Me acerque más a ella, no se
movió. Despacio aproximé mi rostro, mis labios buscaban sus labios. A un
instante de besarla, sus ojos miraron los míos. En ese instante conocí de su
dolor, su sufrimiento, angustia y temor. Pero también supe de su amor, de sus
ansias de querer y ser querida, de ser feliz y vivir una vida que no había
vivido hasta ahora. Cuando mis labios se juntaron con los de ella, cerró sus
ojos. Y sentí como si hubiera besado a un espíritu.
X
¿Qué se siente besar a un espíritu? Se siente maravilloso.
Todo mi ser empezó a vibrar tenue, como cuando un cascajo cae en el agua quieta
de un lago. Una corriente eléctrica de baja intensidad recorrió mi cuerpo desde
los labios, pasando por el cerebro hasta los pies mientras una luz blanca y
brillante inundó mi mente y salió por los poros de todo mi cuerpo.
Mi hermana me llama un día.
-Hermano, quiero hablar contigo. Debo de ayudarte a
aclarar cosas que no ves correctamente.
-Está bien. Dime
-Hable con Cecilia y me cuenta que sigues tratando de
comunicarte con ella.
- …..
-Estas equivocado en lo que sientes por Cecilia. No es
amor sino una obsesión. Es difícil que lo entiendas así. Ella viene a ser lo
que se llama tu primer amor, que nunca tuviste, pero en tu mente la convertiste
en tu enamorada. Nunca fue tu novia ni será nunca tu esposa. Y todo eso ahora lo
fantaseas y ya llevas años en esta idealización de un romance que nunca
ocurrió. Lo único que tienes son sueños, constantes sueños acerca de ella. Y
tus sueños se alimentan de la esperanza que tienes de encontrarte otra vez con
ella y comenzar una relación. Todo eso es ingenuo. Y lo peor es que no te
permite tener una relación real. Y cuando tienes alguna, lo que haces es
compararla con Cecilia y la haces fracasar. No es sano lo que haces.
-Es verdad lo que dices. Pero, ¿Qué malo es tener un
sueño? ¿No todos lo tenemos? Diferentes, pero sueños al fin.
-Pero ese sueño que tienes no te deja vivir.
-Al contrario, me ayuda a vivir.
-Vivir solo, sin haber formado una familia, sin una
compañera para compartir la vida no es vivir.
-Tampoco es vivir el estar con una persona que no
quieres.
-Que ganas queriendo a Cecilia si no puedes vivir con
ella. ¿Qué esperas, que ella termine su matrimonio y viva contigo? Eso nunca va
a pasar. Y si llegara a ocurrir habrá pasado los mejores años de tu vida.
- ¿Crees que no he tratado de estar con una chica?
Fracaso no porque la compare con Cecilia sino porque quiero borrar su recuerdo
con otra chica y es peor porque me hace recordarla más y me siento más mal
porque causo desilusión en esa persona.
- ¿Qué piensas hacer?
-Si he de olvidar a Cecilia será porque mi corazón
dejará ir su recuerdo. Y entonces miraré para otro lado.
Hablar con mi hermana me puso triste. Pero yo amo a Cecilia,
aunque parezca obsesión. Lo que más me apena cuando pienso en ella es que no es
feliz porque siento que ella sufre. Y estoy seguro que si supiera que es feliz
me conformaría. Cada vez que amanece el día la incluyo en mis plegarias y deseo
que este bien y feliz con su familia. Y nunca dejaré de desearle lo mejor. Así
ha sido a través de los años y así será por siempre.