Un brillo dorado
baña la ciudad esta tarde de Agosto.
El asfalto de
las avenidas se torna de un blanco refulgente
como espejismo
en el desierto.
Los árboles se
tiñen de un verde extraño a cualquier paleta,
como si hubieran
emergido del fondo del océano
después de mil
años.
El borde de todo
lo existente resplandece
como polvo de
estrellas.
En el ambiente
flota finísimas partículas de oro
que se posan en
todas las cosas,
como minúsculas
luciérnagas.
Me recuerda las
tardes aquellas
cuando tu ser
estaba presente
y el mundo
vibraba y resplandecía oro.
Dicen que todo
cambia
y que sol de
esas tardes ya no el mismo,
que ha
envejecido un poco.
Pero yo digo que
vivo la misma tarde otra vez,
exactamente
igual que las de ayer,
que todo se
vuelve a recomponer tal cual,
desde átomos a
moléculas,
a todo cuerpo
solido o intangible
y hasta el
movimiento de las constelaciones
y del universo
porque todo se
recompone con tu recuerdo.