miércoles, 2 de marzo de 2022

Cecilia

 

Cecilia

Segunda Parte

 

XI

Las hojas del calendario las sopla el viento y se va llevando los años. Los días pasan por mi vida, pero yo no me muevo, me estoy quieto. Veo que el tiempo viene hacia mí y me traspasa, roza mi cuerpo y lo va degradando poco a poco. Pero mi mente esta quieta. Solo mis sentimientos fluyen. Veo gente que se mueven con los días, sujetas al tiempo. Sus mentes están inquietas y se mueven erráticamente. No me tientan, que de mí se desentiendan. Para que no se ocupen de mi finjo trabajar con mucho ánimo, pretendo sonreír con sus logros y celebro sus afanes.

Tranquilo en mi camino vuelvo la vista atrás para apreciar lo que he andado ya y también adelante para considerar lo que aún me falta andar. Una convicción simple y clara me acompaña en mi jornada. Puedo perder todos mis ideales, pueden derrotar todos mis pensamientos, pero no abatirán el saber que magia es la fibra con que estamos hechos. Por eso sonreímos y nos asombran los momentos maravillosos que tenemos. Salimos en esos instantes del marasmo que nos aprisiona, de la rutina de la vida y de lo prosaico de las cosas. Por eso nos gusta soñar pues con ellos nos adentramos al mundo inmaterial y etéreo donde se place nuestra alma. Por eso necesitamos amar porque con el amor cruzamos el umbral de la realidad en cuerpo y alma y ya no necesitamos soñar. Maravíllate de las cosas bellas que tengas tus días pues ellas traen la magia a tu vida. Puede ser un amanecer soleado, la lluvia matinal, alguna flor en el jardín, una sonrisa que te fascine, una mirada que te inquiete. Es la única forma de sentirse vivo.

Amar es lo deseado, pero también es complicado. Muchos pensamos que el amor es algo automático, que nos pasa y de la cual no tenemos control. Nos damos cuenta que debemos esforzarnos para encontrar el amor en la vida, pero el no saber qué cosa es nos lleva a encontrar algo equivocado en cambio. Por eso, muchas veces sustituimos el amor por algo que no es, como seguridad, aceptación, protección, amabilidad o deseo. Algunas veces, la necesidad de amor nos hace crear la fantasía de que somos queridos. Y cosas muy tristes ocurren cuando encontramos algo equivocado envés de amor. ¿Podemos llamar amor cuando somos constantemente ignorados, controlados e insultados por la persona que dice amarnos?

Mi incapacidad de contestar esas preguntas sobre el amor me hizo buscar libros sobre el tema. El primer libro que encontré fue “El arte de amar” del psicólogo Eric Fromm. Lo leí cuando tenía diecisiete años. El libro me dio una visión muy diferente de la idea común que tiene la gente del amor. Básicamente decía que amar es un arte que requiere esfuerzo y conocimiento; que es un error el creer que el amor se basa en encontrar alguien que lo ame en lugar de amar a alguien y que es equivocado considerar que el amor es cosa de suerte y que se encuentra al azar. La gente piensa también que no hay nada que aprender del amor, que viene como algo natural. Fromm nos dice que el primer amor que experimentamos en nuestra vida es el amor de la madre, del cual nos separan al nacer. Por ende, necesitamos del amor para conectarnos otra vez con otro ser y poder vivir. En el desarrollo del amor sentimos primero el amor infantil, el “amo porque me aman”. Luego pasamos por el amor inmaduro, el “te amo porque te necesito”. Finalmente sentimos el amor maduro, el “te necesito porque te amo”. El amor para Fromm es un compromiso que implica expresar respeto, consideración y cuidado al ser amado.

Una idea más sugerente del amor la que encontré en el libro “El banquete” de Platón quien relata la fantástica concepción antropológica de Aristófanes sobre el amor. Dentro de la mitología griega se creía que no eran dos los sexos, sino tres: femenino, masculino y andrógino. Los seres masculinos tenían forma redonda, pero de naturaleza doble: dos caras opuestas, cuatro brazos, cuatro piernas y el sexo lo tenían doble igual que los seres femeninos. Los seres andróginos también tenían todo doble pero el sexo que tenían era masculino y femenino. Estos seres eran muy fuertes y atentaron contra Zeus quien los castigó dividiéndolos en dos. Los seres humanos ya divididos querían volverse a juntar con su otra mitad, pero no podían y sufrían mucho y morían de hambre por esa pena de estar separados. Al ver esto Zeus hizo que los sexos concordaran de tal manera que si las mitades separadas eran masculino y femenino pudieran tener sexo y reproducirse y si las mitades eran del mismo sexo al menos podían contentarse teniendo placer. Desde esos tiempos los seres humanos siguen buscando en la tierra a su complemento. 

Cierto que es una idea fantástica, pero explica porque nos pasamos la vida buscando nuestra otra mitad y porque nos sentimos convencidos de que hay una sola persona en el mundo que nos haría sentir un ser completo.

 

XII

-Escogí al hombre equivocado como esposo. Debo de reconocer mi error. Era muy joven y quería dejar de ser hija, dejar la tutela de mi padre, dejar la casa familiar para tener mi propia casa, mi propia familia y ser independiente. No tuve experiencia, solo tuve un enamorado quien se convirtió en mi esposo. Pero me engañe, paséq a depender de mi esposo. Tengo una familia, dos hijos, pero no soy feliz.

-Cecilia, tu experiencia de vida es común entre las mujeres de nuestra generación. Es cierto, queríamos vivir nuestras propias vidas, pero también estábamos condicionadas por las costumbres que la sociedad esperaba de nosotras. No tener muchas relaciones sentimentales era lo que se nos aconsejaba, inclusive si llegabas virgen al matrimonio era lo esperado.

¿Cuándo te diste cuenta que algo no estaba bien en tu matrimonio?

-No te puedo decir exactamente cuándo. Ocurrió poco a poco. Me di cuenta claramente cuando ya no me hallaba contenta conmigo misma. Es como si a través del tiempo, poco a poco hubiera dejado de ser yo. De repente me di cuenta que me sentía mejor con amigos y familiares, con quienes reía y bromeaba, que junto con mi esposo. Al principio pensé que renunciar a mi forma de ser era un sacrificio que toda persona casada debía de hacer por la armonía del matrimonio. Pero veía que mis amigas no tenían que hacer ese sacrificio y mucho menos lo hacia mi esposo. No me sentía a gusto con mi papel de esposa sacrificada. Pero ya no podía ser yo. Y lo peor, es que se me hacía cada día más difícil representar mi papel frente a los demás. Entonces encontré en el tomar un poco de licor una ayuda para estar contenta y mostrarme feliz en mi matrimonio. Lo contradictorio es que yo al principio censuraba a mi esposo que tomara, lo que ahora yo he aceptado como necesario para sentirme bien.

- ¿Recuerdas algún detalle preciso?

-Me empezó a incomodar que mi esposo corrigiera algo que decía o que hacía que a él no le parecía adecuado. Yo aceptaba eso pensando que se debía al amor que me tenía lo que le animaba a querer que yo me superara como persona. Pero cuando yo le sugería algo, él no la aceptaba. Así, poco a poco llego a controlar mis actos y mis pensamientos.

- ¿Por qué lo dejaste?

Porque pensé que era más inteligente que yo. De alguna manera me lo hacía saber. Cada vez que discutíamos por algo, yo siempre terminaba aceptando que era mi culpa.

-Amiga, siento mucho que no seas feliz. Voy hacer todo lo posible para ayudarte. Primero déjame decirte que tú misma te has percatado cuales son los problemas que atraviesa tu matrimonio. Esa es la parte más difícil y es el comienzo para encontrar la solución. Por eso te felicito y juntas vamos a encontrar el modo de cambiar tu situación para bien.

 

XIII

Salí súbito del sueño, la persecución había sido extremadamente agotadora y me dolían las piernas de tanto correr. Había tratado de no salirme por no parecer débil, pero atravesar Londres por el centro, el Palacio de Buckingham, cruzar Westminster Abby, entre una multitud de visitantes, de todas partes del globo, en pleno mes de julio, con el sofocante calor del verano y esto, sin el sol en el firmamento, era demasiado. Si, tenía que salir.

Ya en mi cama, traté de recuperarme rápidamente, pero al no poder hacerlo me tomé dos pastillas de vicodin y entré otra vez al sueño. Los tipos que me seguían en el sueño me estaban esperando. Apenas entré me tiraron a matar, entre la gente que pasaba, ¡no estaban jugando! Corrí por la calle WhiteHall que conducía a la Plaza Trafalgar donde se realizaba un mitin de trabajadores. Me escabullí entre ellos y me senté en el frio mármol de los bancos. Quieto allí recordé el paseo que hicimos Cecilia y yo en la Plaza. De repente la Plaza Trafalgar se hizo desoladamente grande. Me sentí triste y ya no quise pensar. Mas en ese momento mi mente se sumergió en un sentimiento puro de felicidad. Sentimiento único e intenso que tuve cuando paseé con Cecilia por aquí. Esa emoción me elevó en el aire, revoloteó mi corazón y me dejo caer. Solo la sentí, infinitamente fuera y dentro de mí.

         Un día en mi cuarto me pregunté cómo seria soñar con mi niñez, cuando tendría 3 o 4 años. Pues allí me dirigí. Fui a una casa que reconocí era de mis abuelitos. Quedaba en la calle Washington, en Lima. Era una casa de estilo colonial. Recuerdo el patio donde alrededor se ordenaban los dormitorios. En una habitación encontré a mi mama con su hermana, mi tía Paulina. Estaban probándose unos sombreros y no se preocupaban de mí. Seguramente pensaban que era tan nene que ni cuenta me iba a dar de las cosas que sucedían a mí alrededor. ¡Craso error! Ellas hacían muecas frente a un espejo de pan de oro. El espejo tenía motivos florales. Lo recordé porque lo vi después, ya muy envejecido. Pero más recordé el color de la pared, un celeste colonial. No me gustaba porque era un color tenue, como si estuviera aguada la pintura para una pared de bloques grandes de barro puestos de cabeza. Pero me di cuenta que no era mi disgusto por el color de la pared. Era lo precario e inestable que sentí cuando vine al mundo.

 

XIV

Lo que empezó con una desesperación por encontrarme con Cecilia devino en afición emocionante.

La primera vez que me encontré con Cecilia en sueños fue de un modo intuitivo. No sabía que podía comunicarme con la persona que quería mediante el sueño. Varias veces me llegué a encontrar con ella, pero resultó que fue de casualidad. Por eso no pude hacerlo después y desconocía el porqué. Y es que no era en realidad en el sueño en donde me encontraba con Cecilia. Era tomar el mismo camino que conducía al sueño para luego desviarme. Entonces la llamaba al paraje más bello y apacible imaginable. Si la persona convocada te escucha y acepta tu llamado, entonces va hacia ti. Y así me encontré con Cecilia. Entonces supe que no la podía encontrar más. Cecilia no deseaba verme.

            Pero me hice hábil en dirigir y gobernar mis sueños. Podía entrar en los sueños a voluntad. Y estando en medio de un sueño cambiarme a otro, decidir qué hacer, a mi discreción. Dentro del sueño podía volar, tener cualquier habilidad, ser cualquier profesional, un doctor, un policía, un espía, un vagabundo, cualquier persona. Al principio fue muy difícil. Me despertaba en medio del sueño cuando me daba cuenta que estaba soñando. Algunas veces los sueños me angustiaban porque eran desagradables, otros eran muy placenteros, demasiado placenteros. Pero después de mucha práctica y error, poco a poco me hice maestro de mis sueños.

Lo difícil al empezar fue el recordar los sueños. Se me iban de la mente apenas me despertaba. Trataba de apuntarlos cuando me despertaba, pero mientras me despabilaba, el sueño se me escapaba. Era frustrante, pero como todo en la vida, la disciplina y constancia me permitió alcanzar mi objetivo.

Aunque Cecilia no quería verme ni en sueños yo no me rendía. Pero ¿dónde encontrarla?

Una noche, en sueños fui a casa de sus padres. Toqué la puerta y salió su hermano.

- ¿Dónde está Cecilia? Pregunté.

No quiso responderme.

- ¿Dónde está Cecilia? Volví a preguntarle.

Instantáneamente me vi sentado en una mesa con su hermano hablándome de futbol. Salí de mi cuerpo y observé que yo le seguía la conversación, pero mi yo voló alrededor de la casa para ver si la encontraba. Otra noche, en mis sueños volví a buscarla a la casa de sus padres. Pensé que se ocultaba de mí dentro de la casa. No toqué. Miré desde enfrente de la calle. La noche estaba oscura, pero pude distinguir la ventana de su cuarto. Espere pues ella solía atisbar la calle de tanto en tanto. Pero no salió. En el siguiente sueño me atreví a buscarla a su casa, donde vivía con su esposo. Ya no me importaba si eso causaba un problema. Toque repetidas veces y nadie acudía a abrir la puerta, a pesar de que toda la casa, el primer y segundo piso, estaba iluminada, como si fuera una casa fantasma. Me fui desilusionado, desesperado y frustrado. Y tristemente convencido de que no había nada que podría hacer para encontrar a Cecilia.

 

XV

Cecilia puso fe en la esperanza de que su matrimonio podía superar todos los problemas. El ofrecimiento de ayudarla de parte de Sofía apareció en un momento que ya había perdido la confianza de que alguna vez tendría un matrimonio feliz, como lo había soñado. Es verdad que no tenía el coraje de romper su matrimonio, pero se había resignado a mantenerlo por el bien de sus hijos y, tenía que admitirlo, también el de ella. ¿Qué podía hacer sola? Siempre había dependido de una figura masculina, primero su padre y ahora su marido. Claro que su familia siempre le había prometido ayudarla si tuviera algún problema, pero sentía que cualquier ayuda no le haría sentir segura. Ya había asumida una actitud derrotista en la convivencia con su esposo.  Casi ya no le hablaba. El silencio se había convertido en un arma ofensiva con la cual derrotaba a su esposo en cualquier discusión que tenían. También lo insultaba mentalmente cada vez que su esposo le decía algo que no le agradable, “idiota”, “estúpido” se podía escucharle decir si tuviéramos un oído fantásticamente agudo. Caricias y mimos de parte de él no las extrañaba porque nunca las tuvo como debería y como quería. Y con respecto al sexo, Cecilia había accionado el interruptor de apagado en su vida íntima, sin ningún apremio y sin ningún lamento. Pero en su infelicidad se había empezado a preguntar que hubiera sido si se hubiera casado con aquel chico que conoció una vez en una fiesta. Por eso acudió a la casa de su amiga con mucha ilusión de que la salvara de los nuevos pensamientos que afloraban en su cabeza.

- ¿Le explicaste a tu esposo la importancia de que vengan juntos a la terapia?

-Le volví a insistir para que viniera, pero se negó. Dice que el problema de nuestro matrimonio es de los dos y que solo los dos podemos resolverlo.

-No importa. Es bueno empezar con lo que hay. Tú ya has definido los retos que debes de superar. Lo primero será establecer el respeto que como personas todos nos merecemos.

-Lo he hablado muchas veces.

-Seguramente. Pero muchas veces pensamos que porque nos asiste la razón nuestro interlocutor tiene que entenderla y aceptarla. Otras veces exigimos lo justo en medio de una discusión acalorada. Ahora debes de exponerlo de una manera diferente.

-Me exaspera que no me comprenda.

-Vence ese sentimiento y busca un momento apacible para conversar. Empieza hablando de lo positivo que han tenido hasta ahora y la necesidad de cambios para continuar lo bueno de su matrimonio.

-Lo bueno ha sido muy poco.

-Lo sientes así pero seguro que ha habido mucho más de lo que tú crees. No va ser fácil. Una parte de ti está totalmente desilusionada y la otra lucha por seguir. El compromiso es tuyo y al final debes decir a cuál parte apoyar.

-Perdóname por mi desesperanza.

- Animo Cecilia y reconfórtate el pensar en la felicidad que tu esfuerzo dará a tu familia.

- Es muy tarde amiga, las fuerzas ya no me alcanzan para seguir más. Si, hablé con mi esposo y nos llevamos mucho mejor. Me muestra consideración y respeto que tanto exigí. Escucha mis ideas y toma en cuenta mi opinión. A la vista todo ha sido para bien y volvimos a conformar una familia feliz. Pero es aparencial. Porque ya no tengo una ilusión. He dejado de querer a mi esposo y le miento diciéndole que aún lo amo. Ya no puedo volver atrás.

Lamento Sofía que a ti también te tenga que engañar.

 

XVI

Una noche andaba en mis sueños por un amplio boulevard que tenía jardines con flores multicolores a cada lado de la vía. Artesanos de diversos países estaban instalados a lo largo del paseo. Había blusas con motivos florales, ponchos y bufandas de Otavalo; de Colombia se exhibía cestería. Panamá mostraba sus molas, Argentina estaba representada por su talabartería. El clima estaba agradable, fresco y soleado. Paseaba tranquilo y seguía recorriendo los demás puestos, disfrutando del día primaveral… cuando apareció Cecilia. Mi corazón dio un brinco. Ni soñando en sueños me hubiera imaginado verla.  Y estaba allí, caminando hacia mí. La vi linda, muy linda, más linda que nunca. ¿Por qué? Me pregunté. ¡Ya sé! Era porque sonreía. Vestía un jean gastado y una blusa de un amarillo canario. Y algo inusual, su cabello lo llevaba suelto sobre sus hombros. Yo siempre había identificado el color amarillo con alegría, con inteligencia. Era indudable que así Cecilia deseaba mostrarse ante mí.

-Hola Cecilia.

Le sonreí. No quería decir nada que estropeara este mágico momento.

-Hola- Me respondió y antes que pudiera replicar a su saludo dijo:

-Quiero hacer las paces contigo.

-Cecilia, nunca nos hemos enemistados – Le dije.

-Lo sé. Pero sé que me has estado buscando por todas partes y por muchos años. Y yo me negué a que me veas. Pero ya no me voy a esconder de ti.

-Te busqué porque ya no podía vivir sin ti, sin saber de ti, sin verte, al menos en mis sueños.

-Yo también quería verte. Me resistía a hacerlo, pero más pudieron mis sentimientos. Pero también porque comprendí que mi espíritu no pertenece a la realidad sino a los sueños. Y aquí estoy.

En ese instante sentí un impulso y la abracé y Cecilia me abrazó. Otra vez pude reconocer con mis manos su talle, su torso y su aroma y el roce de su cabello en mi rostro. Me estremecí un instante y luego me colmó un sosiego. Nos soltamos y empezamos a caminar por el boulevard, tomados de la mano. De pronto con una sonrisa (Dios, como amo esa sonrisa) Cecilia tuvo una idea. Se paró frente a mí, como retándome y dijo:

-¿Qué tal si empezamos todo de nuevo?

No titubeé.

-Fantástico - Le dije.

Volvamos a ser chicos de nuevo y regresemos a la fiesta cuando nos conocimos por primera vez. Era febrero y en una fiesta de carnaval nos vimos. Cecilia llevaba un vestido blanco estampado, hasta media rodilla con unos zapatitos bajitos. La saqué a bailar apenas escuché “Aubrey”. Tomé su mano y bailamos en el centro del salón. Aspiré su perfume de nuevo al abrazar a ese ser encantador ¡Qué lindo se sentía estar cerca de un amor tanto tiempo anhelado! Y ahora si le hablé.

-Mi siento feliz de bailar contigo y de sentirte tan cerca.

-Yo también me siento contenta.

Terminando la canción le pregunté si le gustaría pasear por el parque.

-Ya pues.

Y súbitamente estábamos andando por la explanada del Parque Guell. Parecía un parque para niños, con casas de colores, como de cuentos de hadas. Nos sentamos en una banca ondulada que semejaba una serpiente agigantada. Y nada más se me ocurrió que comiéramos algodón. Y le pedimos dos a un vendedor y nos fuimos andando, comiendo algodón de azúcar con forma de una flor.

 

XVII

-Tenía que serte sincera Sofía. Me sentía mal el estar engañándote.

-Aprecio tu sinceridad y nada puede cambiar el aprecio que siento por ti. Pero quisiera que me ayudes a entender en toda su extensión la problemática que envuelve tu relación conyugal. Tú dices que lograste cambiar sustancialmente todo para mejor y que volvieron a llevarse muy bien.

-Es verdad. Tu ayuda sirvió para restablecer la armonía en mi matrimonio, pero algo en mí se había fracturado y ya no puedo pegarlo.

-¿Qué fue?

-Cosas tangenciales que no se referían directamente a mí sino a mi familia. Mi esposo nunca ha tenido un buen concepto de mis hermanos y no pierde la oportunidad de criticarlos negativamente. Es cierto que ellos comenten errores constantemente y no han obrado en la vida como se esperaba. Y es verdad, por errores de ellos mismos. Pero mi esposo es muy duro juzgándolos a ellos y a sus familias. Poco puedo hacer para defenderlos pues mi esposo no pierde la oportunidad de hacérmelos saber. No los considera, por ello no alienta que vaya yo y mis hijos a visitarlos. Por ello vivo distantes de mi familia, tengo que hacer malabares para ir a sus cumpleaños o a cualquier reunión que tengan.

-¿Hay algo más que te mortifica?

-De hecho, su trato ha cambiado y respeta mis opiniones. Pero no deja de criticarme por algún inesperado error que cometo. Por ejemplo, si olvido de pagar una cuenta me lo hace ver o si deje la luz de la cocina encendida y se quedó toda la noche también. Sé que es mi culpa, pero me agobia que me lo recuerde.

-Tal parece que has desarrollado una suerte de resentimiento hacia tu esposo por cómo es él, por su forma de ser, por su carácter que no conjuga con el tuyo.

- He tratado de racionalizar nuestras diferencias y entenderlas y aceptarlas, pero eso me causa una constante angustia e inseguridad.

-¿Has vuelto a tener vida íntima con tu esposo?

-Si. Pero no ha llegado a recuperar el sentimiento fuerte que le tenía. Nuestra relación se ha quedado en la superficie. Mis sentimientos se han agriado. Le tengo cariño, pero la verdad es que ya no siento amor por él.

 

XVIII

En sueños todo puede pasar, hasta que los elefantes vuelen. Pero no con mis sueños con Cecilia. Eran como una vida normal, totalmente normal o… casi.

Un día estábamos en una fiesta con unos amigos, entre ellos estaba el que iba a ser su esposo. No es que lo hayamos invitado, es que las cosas que habitan en nuestra mente se materializan en nuestros sueños. Así que allí estaba, conversando afanosamente con Ceci. Y era fastidiosamente empalagoso, que estudio esto, que hago esto, que tengo aquello. Cansado de su parloteo le pregunto a Ceci mentalmente

- ¿Porque no nos vamos de aquí?

Estaba sentada en medio del sofá en medio de una amiga y el fastidioso ese. Yo estaba frente a ella, sentado en un puf, mirándola embobado, como vestía, como movía las manos al hablar, el rumbo de sus ojos y las muecas de su rostro. Para irme de allí bastaba con hacerme humo instantáneamente pero no solo, sino con Cecilia. Le pregunto

- ¿Te molesta mucho?

-Me estaba preguntando como me enamoré de este. Contestó.

-Ahora ya lo sabes, vámonos.

La lleve a la playa, pero no al espacio exterior donde fuimos un día, sino a la playa del León dormido. Me imaginé esa playa porque había ido muchas veces de niño. Me gustaba el boquerón que el mar había cavado en una montaña que se había atrevido a aproximarse mucho al mar. Las olas lo golpeaban incesantemente y al entrar al boquerón el mar rugía en su interior y su rugido se escuchaba en toda la playa. Caminamos por la orilla, íbamos de pantalones cortos, sandalias y polos.

-Hagamos un castillo. Le propuse.

Y arrodillada comenzó a escarbar la arena con sus manos. Me decía que cada vez que iba a la playa trataba de construir un castillo de arena, pero el mar siempre la vencía.

-Esta vez será diferente. Me dijo

Pero yo ya veía algo diferente. Sin pensar mis ojos se habían detenido a mirar las piernas desnudas de Cecilia. Flexionadas por estar de rodillas, las vi bonitas, bien formadas y bronceadas. Al salir de mi asombro me dije que Cecilia seguramente había leído mis pensamientos. No es que todos mis pensamientos los pueda leer, tiene que dirigir su intención para hacerlo, como mover una antena para captar lo que pasa por mi mente. Esperaba que no. No sabía cómo ella podía haberlo tomado. No, no había pasado nada entre nosotros, más que andar tomados de la mano y algún abrazo. Yo no tenía ninguna otra intención. Me deleitaba viéndola, saborear su presencia, sentirla cerca. ¿Qué más podía pedir un hombre enamorado? Y es que estaba enamorado y solo pensamientos románticos reinaban mi corazón. Pero prácticamente la estaba tocando con mis ojos. Pero no, aun no se presentaba el deseo. ¿Acaso hace falta? Pero, ¿y si en ella anidó ya el deseo y yo me estoy quedando rezagado? ¿Cómo poder saberlo? No quiero imaginar que algún día me cante “Palabras, palabras” de Silvana de Lorenzo. ¡Uyy caray! Me di cuenta ¡Esa canción ya antes me la habían cantado!

 

XIX

“Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama”. Miguel de Cervantes Saavedra.

Me quedé intrigado después de la última vez que me encontré con Cecilia. No se me había cruzado por la mente algo erótico con ella, ni en la realidad ni en sueños. Entonces me puse a cavilar en el asunto. De lo que estaba seguro es que tenía un profundo afecto por Cecilia. Me sentía bien al estar con ella, cómodo, confiado y feliz. Es verdad que mis emociones eran intensas y había vivido obsesionado por verla y saber de ella. Ahora me sentía complacido y en paz porque la podía verla, hablar e intimar con ella. Entonces amo a Cecilia ¿y el sexo? ¿Se puede amar sin tener sexo?

Me puse a investigar y leí que el amar no necesariamente implica el tener sexo con quien se ama. Ósea que una cosa es tener sexo con una persona y otra es amar a esa persona. Dicen que el tener sexo es una experiencia corta y pasajera, que no envuelve los sentimientos, porque si la relación pasajera se volviera constante y permanente, surgirían los sentimientos y se crearían lazos afectivos que llevarían a querer a esa persona. También dicen que cuando el afecto existe o se establece entre dos personas, el sexo deviene en algo secundario.

También me enteré que muchos de esos mitos sobre el amor y el sexo nos fueron inculcados en las novelas de amor y en las películas de Hollywood. Quiere decir que la idea de que tener sexo con la persona que ama es lo más sublime que hay y es lo que debe de ser, es una idea implantada en nuestras cabezas. Además, el mercado y la publicidad nos crean la impresión de que el tener deseo sexual es parte crucial de nuestra relación amorosa y que, si no sentimos o deseamos tener sexo con nuestra pareja, nuestra relación sufre. Si todo esto no es suficiente problema se debe de sumar la diferencia que existen sobre la percepción del deseo y del amor entre hombre y mujer.

Pero creo que al final todo se reduce a la pregunta ¿se puede amar a una persona sin sentir deseo sexual por ella? Cierto que puedo tener amistad con una chica sin sentir deseo, pero sentir amor, abrazar y besar sin el eros de por medio parece imposible. Claro que siento amor por mis padres y por mis hermanos, pero amor de pareja envuelve algo más. Yo sé que amo a Cecilia, pero el amor sexual no es una urgencia que tengo por ella. Me imagino que así será, seguramente. Algún día nuestros cuerpos se unirán en una experiencia intima. Pero no quiero correr. Quiero disfrutar lo más importante de esta relación, los sentimientos y las emociones que dan y se crean. Y eso es lo más importante para mí. Y es que yo concibo al amor como una totalidad. Algunas partes son más importantes, pero todas son necesarias. Si lo comparo con una comida podría decir que ya saboreé la entrada, que estoy disfrutando del plato principal y que el sexo será el postre, algo que lo disfrutaré al final.

 

XX

Nos volvimos a encontrar en el bulevar donde prometimos no volvernos a separar nunca más. Y me gusta ese paseo. La calle es ancha para acomodar una vía secundaria, de ida y vuelta, tiene dos bermas a los costados donde se instalan vendedores y ferias, los jardines que corren al lado de las bermas y en el centro van las vías dobles donde circulan muy pocos autos. El bulevar de quince cuadras empieza y termina en dos arcos que semejan el arco del triunfo. Los jardines tienen flores multicolores como la retama, la flor de amancaes, girasol y el crisantemo, todas de color amarillo; también begonias, gardenias y azucenas con su color rosado además de rosas, lirios y gerberas que le dan el tono rojizo y también margaritas, jazmines y claveles que le dan el tono blanco. Claro que también hay arbustos coloridos y geranios de distintos colores que dan una visión democrática a ese paraíso. Andábamos por la derecha del bulevar, con el sol en el poniente que se filtraba por las copas de los arboles, dándonos calor. Cecilia estaba bella en sus pantalones jeans envejecidos y una blusa blanca tejida de algodón.

-Hola corazón- Le dije

-Hola- solo eso respondió.

Yo la trataba con sumo cuidado, como una flor en botón, como una copa de cristal, como algo sumamente delicado, como si tuviera en mis manos su corazón. Yo la amaba, pero no quería agobiarla con mi amor. Además de sus labios no habían brotado un te quiero aun, más sé que yo le gustaba mucho y un gran cariño debía de sentir por mí por venir a verme aquí. Si, sus ojos parecían decir que me quería, sus labios entonaban una melodía de amor, su risa era una carta donde yo era el destinatario, pero no había palabras que hicieran vibrar el aire al decir “te quiero amor”.

Pero estaba allí conmigo. Y allí estábamos los dos paseando por el jardín.

-¿Qué flor te gusta mi amor?

-Me gusta la violeta.

Arranque una y se la di en su mano mientras le di un beso en la mejilla. Ella sonrió

-¿Quieres conocer Paris? -Se me ocurrió.

-Debe ser bonito. Siempre hablan de Paris, sino los pintores, los poetas y escritores y por último los enamorados. Si vamos pues.

En un cerrar y abrir de ojos estábamos en la explanada de la Torre Eiffel. Pensé, que más representativo que este lugar para empezar a conocer la ciudad luz.

Empezamos a subir las escaleras de este colosal monumento de fierro. Poco a poco las cosas desde lo alto se empequeñecían, pero a la vez nuestra visión se extendía.

- ¡Mira! Ese es el Campo de Marte.

- ¿Cómo Lima?

- ¡Aja! Tiene el mismo nombre, pero este es más grande.

Seguimos escalando y llegamos hasta un descanso, una plataforma que alojaba un sobrio y austero restaurante “El 58 Tour Eiffel”. Nos sentamos a descansar. Vi que ofrecían vino y champan.

-¿Qué deseas beber? Le pregunté

-Sería bueno probar el champan, ¿no?  Pues venir hasta aquí y no saborearlo sería un crimen de lesa humanidad.

-Sí, tomar el Chapman y hacernos dueños de la ciudad.

Tomamos las copas de champan y brindamos

- ¡Por el amor! -Dije

- ¡Por el amor! -respondió Cecilia.

Degustamos un poco, luego meneamos la copa y dimos otro sorbo. Las burbujas del champan estallaban en nuestras bocas, perfumaban nuestro aliento y adormecía nuestras cabezas.

-Está rico- comentó.

Estuvimos deleitándonos con el champan y mirándonos. La mire fijamente, me miro también por un instante y luego, haciendo a un lado su mirada hizo, sonriendo, una leve mueca con sus labios.

-¿Seguimos subiendo? Preguntó

-Sí, vamos a ver hasta donde llegamos. Son como 3000 escalones y ya habremos subido 50.

-Si vamos

El champan se nos había subido a la casa y subíamos riendo más fuerte.

Cecilia subía por delante, entre la gente bajaba al mismo tiempo. Entonces vi la figura de su cuerpo arriba mío. Vi su blusa ondulante por el viento y vi sus jeans ceñidos a sus caderas y a sus piernas. Y me gustó. Algo se revolvió dentro de mí. Quería alcanzarla y estrujarla con mis brazos. Ella sonreía lo que me provocaba aún más. Llegamos hasta el segundo nivel. Había un restaurante llamado el “Jules Verne” y nos sentamos a comer.

-¿Qué tal si comemos algo típico de Paris, de Francia?

-Ya pues.

-Acá dice que los mussels es un plato típico en Paris.

-Muy bien ordenemos mussels.

Nos trajeron como una olla de… choros.

- ¿Esto es mussels?

-De repente sabe diferente en francés.

Probamos los mussels. Tenía poca sal, estaba aderezada con cebolla y ajo y una verdura que no sabíamos que era.

-Yo preferiría cien veces choritos a la chalaca- comentó

-Yo también.

-¿Y de postre?

-¿Qué tal si pedimos “Creme Brulee”?

-Suena bien

Nos trajeron nuestros postres.

-Esto parece… ¡leche asada!

-Sí, con nombre francés.

Claro que lo degustamos, pero no pudimos dejar de pensar que la leche asada que venden en el mercado de mi barrio es más rica que aquí en parís en el “Jules Verne” de la Torre Eiffel.

Bajamos de la Torre Eiffel y caminamos un rato por el Campo de Marte., Al lado corría el Sena y al otro lado se vislumbraba casas y departamentos. Algunos niños jugaban en el pasto y algunas parejas se besaban en las bancas.  Entonces me anime. Le cogí su mano y la conduje a un árbol en medio del jardín. Yo me había imaginado una noche con la luz de la luna cuando besaría a Cecilia, pero era de día y con pleno sol. Pero no pude resistirme más. El champan, Paris, la Torre Eiffel, el campo de marte, todo me susurraba ¡bésala!

Me recosté en el árbol y la atraje sobre mí. Me miró presintiendo lo que estaba a punto de suceder. La cogí de la cintura y ella se dejó llevar. Nuestros rostros se acercaban y antes de que nuestros labios se juntaran, cerró sus ojos y yo los cerré también. Mis labios sintieron los suyos, tibios y tersos. Y en ese instante la reconocí. El beso al unirme me separó de ella para hacerme consiente de su ser, de su existencia allí, en mi vida, como la otredad que mi yo carecía. Y al amarla conocí la verdad, que el tanto amar a alguien, el amor al desbordarse, regresa a ti. Y el beso fue y se propagó por todo mi cuerpo. Una sensación de bienestar me embriagó. Pero luego de un momento, mi urgencia cambió. Sentí la necesidad de llevarla dentro de mí y de introducirme dentro de ella. La caricia de sus labios se tornó en una presión de desesperación. Mi boca quería abrirse para tragarme a Cecilia entera. Forcejeamos un poco hasta que Cecilia se soltó. Nos compusimos lentamente y salimos del jardín.

-¿Vamos a caminar por los Campos Eliseos? le pregunté, por tener algo que decir.

-Vamos pues- Me dijo casi casi cantando al final de la frase o eso es lo que creí oír.

Entramos al bulevar pues era una suerte de bulevar con aceras anchas para caminar, con tiendas, cafés, restaurantes y negocios para observar.

-Eso me recuerda un poco a la Avenida Larco.

-Sí, es cierto. Un poco más ancho, pero es el mismo concepto.

-Todas las capitales de los países modernos tienen casi la misma fisonomía.

-Sí, y no es casual.

- ¿Por qué no es casual? Me lo vas a tener que explicar, ¡eh!

 

XXI

Sabía que nuestro amor andaba por un nuevo sendero, ya y el deseo nos empezaba a rondar. Mas no quería que nada pareciera abrupto, fuera de lugar. Así que para evitar que surjan temores y reparos de parte de ella, iba a decirle que no haríamos el amor hasta que no estemos seguro de nuestros sentimientos, que primero deberíamos compartir nuestros secretos, nuestros anhelos y nuestros miedos, prácticamente todo. Se lo diría apenas tuviera la oportunidad.

Al día siguiente nos reunimos en Washington DC para tomar un desayuno en Starbucks, en la Avenida Connecticut. Cecilia vestía una blusa de tela hindú naranja, con mangas largas, unos pantalones negros y botines del mismo color. El café estaba casi vacío así que nos adueñamos de él. Pedimos unos sándwiches y café. Nos tocaba servirnos nosotros mismos el café. Noté a Cecilia un poco extraña. Pensé que de repente le había incomodado el beso que le di ayer en Paris. O que era alguna otra preocupación. ¿Qué seria? Tenía que saber el motivo pues eso me angustiaba.

-¿Cuántas cucharadas de azúcar le echas a tu café?

-Tres.

Cecilia se sentó en la mesa que habíamos reservado para los dos mientras yo me dirigí a un rincón donde estaba la máquina de hacer café y los dispensadores de azúcar, crema y servilletas.

Estando atareado escogiendo los vasos descartables, sentí a Cecilia acercarse donde estaba yo. Estaba de espaldas hacia ella así que me volteé cuando la percibí cerca. La vi y mirándome intensamente se me acerco a unos centímetros de mí. Y sin quitarme la mirada empezó a hacerme el amor. No supe que pasó, pues no nos desvestimos, no teníamos los cuerpos desnudos, no había sudor, tampoco respiración entrecortada, ni gemidos ni “te quiero amor”. Solo sentí su mirada intensa posesionándose de mis ojos y un placer que se alcanza al tener sexo con una persona. Me empujó a una esquina, contra un mostrador. No nos movíamos, solo había placer, placer inesperado. Estaba turbado, extasiado, poseído y gozoso todo a la vez.  ¿Cuánto duró? No lo sé. Solo sus ojos intensos poseyéndome y yo a punto de desfallecer. Luego su imagen se fue y desapareció.

Entonces entendí lo que había pasado.

 

XXII

Voy a recoger a los chicos y los llevo a su práctica de futbol los martes y jueves y los sábados si tiene un partido contra otro colegio. Los lunes y miércoles viene el profesor que los está preparando para que no tengan problemas en la facultad de ingeniería y arquitectura donde piensan estudiar.

Si, la vida parece ordenada, cada uno que otro sábado vamos a pasar una velada con nuestros mejores amigos. La pasamos bien también en las reuniones del club una vez al mes. Y a ver una que otra película de estreno al mes también divierte y comer pizza todos los viernes en la noche anima la semana en familia.

Mi esposo pone su parte para llevar bien la familia y tener una vida tranquila. Su trabajo en el departamento de contabilidad de una corporación mediana cubre con holgura nuestros gastos y pretensiones. Sus atenciones están bien organizadas con flores y una cena los días de San Valentín, celebración en la fecha de nuestro aniversario y mi cumpleaños. ¿Qué más puedo pedir? Y me dice que me quiere. Todo está bien.

Pero no, no todo está bien. Ayer mientras secaba la ropa puse la radio escuché la canción “Aubrey” y no resistí y me puse a llorar, triste, triste, muy triste. Y lo recordé y recordé recuerdos que nunca viví. Esa es la prueba que no todo está bien.

Pero nada va a cambiar, así está destinado a ser, por las mil o millón de razones con que la realidad tejió esta red donde me hallo atrapada. Así será por toda la vida a menos que algo mueva la tierra de sus goznes. Así que cada vez que mi esposo me diga que me quiere, le responderé que … yo también.

 

XXIII

Estaba sentado en la banca del jardín donde nos vimos Cecilia y yo la primera vez. Me puse a pensar en lo que sucedió en el café. Me pareció glorioso, un placer inesperado, una gloria alcanzada. Pero no sabía cómo reaccionar, si debía decirle algo o comentar algo. Aunque todo estaba bien para mí. ¿Acaso era necesario palabras? ¿O sí? Una canción francesa, Non, je ne regrette rien daba vueltas en mi mente que me hizo cantar “¡No! nada de nada, ¡no! no lamento nada, ni el bien que me han hecho, ni el mal”.

Entonces la vi venir por el camino de flores que conducía hasta aquí. Venía con un vestido blanco de mangas cortas, más abajo de las rodillas y unas sandalias marrones, Llevaba el pelo suelto con un pequeño cerquillo ondulado sobre la frente. La mire desde lejos mientras ella miraba las flores. Estando más cerca me miró y sonrió.

- ¡Hola! –me dijo

- ¡Hola amor! ¿Cómo estás? –mi voz respondió.

- Muy bien, ¿y tú?

-Te veo y estoy bien.

-Ósea que soy tu doctora.

-La que me cura y la que me enferma si no te veo.

-¿Tanto poder tengo?

-Puedes destruir y construir mi mundo las veces que quieras.

-No suena muy bonito eso.

-Puedes, pero no lo haces y eso es lo bueno.

-De lo que te libras.

Nos quedamos en silencio un breve momento

-¿Quieres ir a alguna parte?

-Quedémonos aquí.

-¡Fenomenal!

-Quiero preguntarte algo.

-Pregunta.

-Tú dices que me quieres, ¿no?

-Por supuesto, te quiero mucho.

-¿Cuánto es mucho?

-Es mucho porque mi amor no tiene límites, se extiende y desborda mi corazón y se sale fuera de mi cuerpo y de allí a todo el universo. No lo puedo medir porque no tiene medida. Cuando miro al cielo, en la noche, mi amor por ti alcanza a las estrellas que brillan en el infinito. Pero no es solo un sentimiento lo que me impulsa a querer que seas feliz. Es la razón que me motiva a hacer todo lo posible para que seas feliz. Porque si tú eres feliz yo soy feliz y si estas triste, tu tristeza es la mía. Al final, gracias a ti yo vivo, sin ti solo existo.

La miré a los ojos, me miró y bajó levemente su mirada. Hubo un silencio y luego Cecilia habló.

-Te pregunté porque quería que sepas que yo también te quiero.

Y volteando su vista hacia mí, nos abrazamos los dos.

Al fin oí lo que creí imposible de escuchar; que de sus labios fluyeran palabras mágicas que me elevaran del suelo y me sostuvieran en el aire, en un estado de exaltación sublime. He allí que hoy puedo dar testimonio que el amor es un regalo divino de Dios al ser humano.

 

XXIV

No se me iba la felicidad después que Cecilia me dijera que me quería. Me sentía profunda e infinitamente más querido con esas simples palabras de lo que jamás hubiera esperado estarlo. Claro, te quiero son solo palabras, pero fue una poción de dopamina y ternura que derritió mi corazón y conmovió mi alma.

Pero ¿Por qué me conformo con tenerla en sueños? ¿Por qué no intento vivir nuestro romance en la realidad? ¿Acaso no podría tener algo mejor? ¿No será que Cecilia tomaba el camino más fácil, el tener una familia, un esposo, y seguir siendo fiel? Para mí era claro, sino fuera en sueños no tendría nada de ella. En el mundo de los sueños ella me quiere y está conmigo.

Aunque… quisiera verte alguna vez, tener tu presencia frente a mí, sentir los miles de detalles que te hacen tú, acariciarte en la realidad y liberarme de la condena de verte solo en sueños.

 

XXV

Al día siguiente al encontrarnos, Cecilia me pidió ir al zoológico.

- ¿Te gustan los animales? –Me preguntó.

-Claro. Me gustan los felinos.

-¿Y las aves?

-También me gustan, pero a la brasa, acompañadas de papas fritas.

-¡No! ¡Qué cruel!

-Pero más que comer aves preferiría comerte a ti, comerte de verdad, morderte con mis dientes y tragarte enterita.

-Te diría que eres un caníbal.

-No, no te comería por hambre.

-Sino, ¿entonces? ¿Por gusto?

-Por amor.

-¡Oh vaya! Así si dejaría que me comieras, claro.

-Te mordería tiernamente y te tragaría con dulzura. No, no, miento, no es así. Lo que siento es que quiero tenerte dentro de mí, saciarme de ti, aunque teniéndote dentro, estallaría.

-Entonces, no dejaré que me comas. A propósito, hablar de comer me ha dado hambre. ¿Vamos a comer?

-Si pero vámonos volando.

-¿Volando?

-Sí, volando. Podemos volar alto, bien alto, hasta las estrellas.

-¿Es posible?

-Claro, recuerda que estamos soñando.

-A veces no me parece.

-¿Verdad?

-No sé. Siento o de repente quiero sentirlo así, que todo es real.

-Tienes razón. Si te viera en la realidad pensaría que estaría soñando.

-¿Quisieras que viviéramos en la realidad?

Tuve la impresión que esa pregunta era atrevida, viniendo de Cecilia. Pensé, ¿qué tal si le digo que sí? ¿Qué diría? Dudé, dudé mucho para contestarle. Estábamos allí, juntos, viéndonos, disfrutando de nuestra compañía, queriéndonos. No quería perder todo eso, no quería perderla. Talvez debería desviar esa conversación.

-Sí, ¿y tú? Le respondí.

-Me miró profundamente y se quedó callada. Bajo la vista y luego volvió a mirarme. Y con una voz suave y calmada dijo:

-Yo también.

 

XXVI

No me engaño. Puedo engañar a todos, pero no a mí misma. No soy feliz con la vida que tengo. No amo a mi esposo, eso lo sé y lo he reafirmado a través del tiempo. La gente me ve reír y me felicitan por la familia que tengo. Yo les sigo la corriente y finjo ser feliz. Para mí, yo no rio, mi sonrisa es una mueca de infelicidad. A veces me pregunto si la gente realmente se da cuenta y son hipócritas como lo soy yo, y siguen el juego de esta vida. Nadie me pregunta realmente que siento. Yo veo que a mí alrededor todos son felices o es que fingen como yo y no se atreven a enfrentar el dolor que daría la realidad. ¡Que cómodo se vive así! Seguro que eso he hecho, he intercambiado felicidad por comodidad. Pero ese papel no es agradable. Mis días son estar en ajetreo constante para no detenerme a pensar y reflexionar en esta vida absurda que estoy viviendo. Claro que mis hijos me dan mucha alegría y un poco de felicidad. Los quiero mucho y ellos me quieren también. He tratado con mucha voluntad de volver a querer a mi esposo. Hemos pasado más tiempo juntos, los dos solos. Hemos celebrado entusiastamente nuestros aniversarios y otros acontecimientos. A pesar de lo aparente positivo de los encuentros, me vuelve inexorablemente una tristeza y un desdén, porque dentro de mí no me conmueve ya nada de él. Y cuando tenemos relaciones íntimas, a pedido e insistencia de él y aunque invento muchas excusas, me siento muy mal después, pues es una tortura para mí, tanto que quiero arrancarme la piel. Algunos momentos nuestras miradas se encuentran y siento que mis ojos me delatan. Presiento que él sabe ya la verdad, pero entiende que ni él ni yo podemos hacer nada y no se atreve a encararme pues sería el fin del mundo que tenemos hasta ahora.

Un día estábamos en una reunión con unos amigos. Los varones se juntaron en el patio a comentar sobre deportes, como siempre, y nosotras, las esposas nos quedamos en la sala, charlando. Una de ellas comentó que su esposo tenía una secretaria bonita. Le aconsejamos que se pusiera alerta.

-La tentación puede ser muy grande y tú sabes, tu esposo pasa más tiempo con ella que contigo.

 -Si se le ocurriera “sacar los pies de plato” a mí no me faltaría pretendiente para ponerle los cuernos para estar a la par.

-Yo no lo haría- Comentó otra- si mi esposo quisiera revolcarse con otra mujer, allá él.

-¿Qué tal si tú te enamoraras de otro hombre? No hay que decir de esta agua no he de beber.

-A propósito. Tengo una amiga del tiempo de colegio que se ha enamorado perdidamente de su entrenador y me dice que es el amor de su vida.

-No sé cómo una esposa se puede enamorar de un tipo que solo le dedica ratos, que no está cuando sus hijos les da fiebre, cuando tiene una emergencia, cuando celebra algún evento familiar, cuando necesita dinero para comprar ropa a los hijos, cuando planeas el futuro de sus hijos. ¿Dónde está? - Fue el comentario de otra. Al cual siguieron otras opiniones más.

-Cierto, no se da cuenta que solo es una fijación romántica. “Es el hombre de mi vida” ¡ja!

-Los amores de la vida están en nuestras casas.

-Tienes razón. Algunas mujeres mantienen esa fijación que no les permite tomar conciencia de lo valioso de lo que realmente tienen.

-El problema es la idea idealizada del hombre. Deberían sacarse esa idea de la cabeza y valorar a su familia y amarlos incluyendo a su esposo.

-Los maridos no son perfectos. ¿Qué hombre es perfecto?

-¡Perfecto solo Dios!

-A mí me han ensenado que el matrimonio es para siempre y la fidelidad también lo es. Una está casada por los sentimientos y no por papeles firmados.

-Darse a respetar como señora eso es lo que debe hacer tu amiga. Seguro que no sabe lo que es amor y ahora corre tras una ilusión.

-Debe de estar con la cabeza caliente, tener un enamoramiento. El peligro a que se está exponiendo es que su marido se entere y pierda todo.

Una de ellas expresó tímidamente y con resquemor.

-Claro, pero si ya no existe amor entre la pareja y la esposa lo ha intentado todo, lo mejor es terminarlo, aunque haya hijos que seguramente sufrirán. Pero más sufren viendo un hogar lleno de mentiras, de agresiones y desamor.

Luego que habló, todas callaron ante tal comentario discordante. Hasta que la dueña de casa rompió el silencio.

-¿Qué tal me salió el suflé?

Paré de escuchar lo que decían, solo miraba gestos y labios moviéndose. Solo asentí con la cabeza lo que decían, cínicamente, mostrándoles mi aceptación a sus opiniones.

Pero que bien domesticadas estaban estas señoras. Bien parecía que sus propios esposos les instruyeron en el arte de cerrar sus ojos a sus vivencias, y aceptar que el matrimonio es donde acaba la vida de las mujeres. Piensan que tenemos que servir a la familia para protegernos, para tener futuro, que nuestro fin es la casa, y que esa nuestra profesión. Con discreción me abstraje de ese mundo llenos de valores, de sacrificios y de deberes que no era el mío.

Impensablemente, esta reunión aclaró mi mente. Si, asentí con la terminación del matrimonio cuando el amor entre los esposos ha terminado. Ahora sé lo que debo de hacer. Lo que no sé es como ni cuando romperé mi matrimonio.

 

XXVII

A veces me pregunto cómo estará Cecilia, que estará haciendo en estos momentos. ¿Le irá bien? Cuando nos encontramos no me atrevo a preguntarle, tampoco ella me comenta nada. Es como si tuviéramos un acuerdo tácito. Creo que así es mejor. Aquí conmigo tiene un refugio y un lugar de olvido. ¡Y yo…!  la tengo a ella!

Teniendo esos pensamientos en mi cabeza me eché a dormir. Y Cecilia apareció.

-¡Hola amor! –La saludé

-¡Hola! ¿Qué tal? -Me preguntó.

-Bien amor. Te extrañé –Le confesé.

-Yo también te extrañé.

-Pero yo te extraño más –Le dije

-¿Cómo puedes saberlo? Además, no ha pasado ni un día.

- ¿Sabes qué es un día?

-Claro que lo sé. Pero dime, ¿Qué es un día para ti?

-Un día es la vuelta que da la tierra sobre su eje. En esa rotación la mitad del planeta recibe la luz del sol y la otra mitad se sumerge en la oscuridad. El conjunto de 365 días hace un año y 75 años conforman una vida humana. Pero mi vida no dura años. Nace y renace cuando el sol me alumbra. Y cada día, al despertar, cuando me sorprendo vivo, inmediatamente mi ser pregunta por tu presencia, donde estás. Solo en la noche, cuando me abate la inconciencia me separo de ti y muero. Aun en sueños mi espíritu te busca y si no te encuentra, se aturde con el caos de mi mundo onírico, hasta que salgo de ese marasmo, a revivir cuando amanece el día y a preguntar otra vez, por ti.

- ¡Qué lindo!

Me acerqué a ella y la abracé. Sentí su cuerpo, su torso con mis manos, sus senos con mi pecho, su vientre con mi vientre. Al separarnos besé su frente.

-¡Vamos a dar un vuelo!

-¿Un vuelo? – Lo pensó un segundo y dijo -¡Vamos pues!

Y al instante estábamos en una pradera con una avioneta de color amarilla, monomotor esperándonos para pasear.

- ¿Qué vamos hacer? -Inquirió

- ¡Volar! –Le repliqué

- ¿Sabes volar? –Preguntó.

- ¡No! No necesitamos saber, recuerda que estamos en un sueño.

-Aun así, tengo miedo de caer.

-Eso es lo mágico de los sueños.

Nos apeamos a la cabina, Cecilia se sentó atrás y yo adelante, de piloto. Me amarré una bufanda al cuello y unos lentes de pilotear.

-Ponte esta bufanda y estos lentes de pilotear también.

- ¿Por qué no me das un paracaídas también? Por si acaso.

-Tú ya tienes alas.

-¡Que gracioso!

Eché a andar el motor. Éste tosió un poco y la avioneta comenzó a rodar. Después de un rato empezó a elevarse y dejamos el suelo. Hacia sol y unas cuantas nubes de algodón flotaban en el cielo. Mirando el horizonte me percate de algo inusual.

-¡Mira Cecilia, una nube se ha caído!

-¿Cómo que una nube se ha caído? ¡Una nube no se cae!

-¡Si, mira!

De lo alto de una cadena de nubes, una de ellas se había caído a la tierra y solo quedaba atada al resto de las otras nubes por unos tiras y retazos de nube.

-¡Es cierto! ¡Que loco!

Atravesamos un valle y enrumbamos hacia el mar.

El océano lucía azul-verdoso y decidí volar a ras. Volé tan bajo que el agua comenzó a salpicar.

-¡Me estoy mojando! –Gritó Cecilia

-Está bien. Subiré lo más alto que pueda.

Jalé la palanca y elevé el morro mientras pisaba el pedal. La avioneta subía, pero lentamente.

-Ya estamos muy alto, ya no veo la tierra –Me advirtió Cecilia.

-Pararé de subir.

Bajé lentamente el morro y quité poco a poco el pie del pedal.

-¿Qué tal ahora?

-Está mejor.

-¿Qué tal sin manos?

-¿Cómo que sin manos?

-Levanta las manos cuando yo te diga.

Coloqué el morro lo más derecho que pude. Y le grité.

-¡Sin manos!

-¡Sin manos! –gritó Cecilia también.

Y así, con los brazos en alto volamos un rato mientras la avioneta se dirigía al sol.

De regreso a tierra le pregunté,

-¿Qué te pareció?

-¡Súper emocionante!

-Así quisiera irme de este mundo.

-No te entiendo.

-Si he de morir un día, quisiera hacerlo así, montado en una avioneta, sobre un mar verde y cielo azul y de allí dar un salto a la eternidad.

-Se ve que estás loco, pero cada loco con su lema.

 

XXVIII

La percepción del tiempo varía de acuerdo a la edad del que percibe. Para los niños de seis, siete u ocho años de edad, decirles que el próximo mes van a ir de paseo es decirles que en un año se llevará a cabo; y si les dices que en una semana se llevará a cabo, para ellos es un mes. Al contrario, cuando se tiene como cincuenta o más, una semana es pronto y un año se va volando. Lo mismo ocurre cuando percibimos el tiempo bajo un sentimiento o emoción. Así ocurre cuando el beso que damos al estar enamorados dura una eternidad o cuando en trance de perder la vida, toda nuestra historia pasa por nuestros ojos en contados segundos. Pero también esa apreciación del tiempo difiere entre el sexo masculino y femenino.

Era diciembre, en los días cercanos a la Navidad. Cecilia y yo fuimos a Nueva York para ver a las “Rockettes”, en el Radio City Music Hall. Esta compañía de ballet es famosa porque cada diciembre abre sus funciones donde muestra la precisión de sus rutinas, como cuando todas las bailarinas al unísono levantan sus pies hasta la altura de sus ojos.

Yo había comprado los boletos para la función de las nueve de la noche y ya eran las ocho y media. Nuestro hotel no estaba lejos del teatro, solo teníamos que caminar cinco cuadras, llegar y hacer nuestra fila para entrar. Teníamos el tiempo justo y suficiente. Pero Cecilia tenía otra idea en mente.

-Mira, allí hay una cafetería. Quisiera tomar un café machiato – Me dijo.

- ¿Qué tal si tomamos el café después de ver las Rockettes? - Le pregunté.

-  Quiero tomarlo ahora- Me replicó.

- ¿Quieres tomar el café ahorita? - Medio que quería insinuarle que podría ser 

  después.

-Sí, ¡ahoritita!

Entonces entendí claramente en que tiempo lo quería.

 

XXIX

Una noche esperaba a Cecilia, pero no llegó. Entonces me quedé dormido y soñé.

Soñé que iba a la casa de Cecilia a visitarla. Seguramente tuve ese sueño por la preocupación que sentía porque no llegaba. La casa lucía lúgubre y tenebrosa. Al entrar, no se percibía ninguna luz encendida.  Llegue a su cuarto que estaba a oscuras excepto en el centro, donde estaba Cecilia semi-sentada en su cama, mirando el techo, incrédula, con la boca entre abierta. Me di cuenta que algo raro pasaba, la cama de Cecilia estaba cercada por unas altas paredes de vidrio y Cecilia estaba dentro, encerrada. Yo podía verla, pero ella no a mí. Le hablaba, pero tampoco me escuchaba. Estaba desconcertado, no entendía lo que pasaba, miraba aturdido esas paredes de cristal, como si fuera una prisión de vidrio que encerraba a Cecilia. De pronto me vi con su esposo andando por las calles de una ciudad solitaria, sin gente. Había jardines con estatuas que estaban a la vera de camino, con formas de mausoleos. No hablábamos entre los dos, solo caminábamos. Llegué a imaginarme que estaba en Pompeya, la ciudad sepultada por ceniza volcánica.

No pensé en darle un significado a mi sueño, me era imposible enterderlo.  Cecilia presa en una habitación transparente no tenía sentido. Pero la segunda parte del sueño me pareció dramático y funesto, mensaje que no quiero aceptar.

 

XXX

Recuerdo que cuando era niño y tenía pesadillas me aconsejaban qué hacer para saber si estaba soñando.

- ¡Peñíscate! Si te duele es que estabas soñando –Me decían.

Así que, si me golpeaba, me cortaba y me dolía es que estaba despierto.

Ahora ya no creo que sentir dolor sea prueba suficiente de que estoy viviendo en la realidad. Sabemos que la mente te puede hacer sentir dolor sin ninguna causa física. Algunas veces me ha pasado que me he golpeado y hasta me he cortado saliéndome sangre sin sentir ningún dolor y no me he dado cuenta hasta que he visto mi propia sangre y me preguntaba ¿Cómo me hecho esto?

Sabemos que el mundo que vemos no es como lo vemos, que los colores no existen, que lo que experimentamos como sólido y duro no lo es, que no vemos con nuestros ojos sino con nuestro cerebro. Prácticamente fabricamos la realidad.

Ya adulto he hecho las paces con los sueños y los considero la otra parte de la realidad, como caras de una misma moneda. Pero los sueños tienen algo que la realidad adolece, la magia.

La magia de los sueños es lo que nos hace trascender esta existencia de respirar, comer, trabajar, dormir, crecer, envejecer y morir. Mediante los sueños puedes ser quien quieras, estar con quien sea, ir de adelante y para atrás en el tiempo y puedes traer a tu presencia los seres queridos que ya se han ido de este mundo. Jamás la realidad podría hacer eso. Por eso tener a Cecilia en mis sueños era un sueño, pero que nunca se haría realidad.

Como siempre nos encontramos en el boulevard de cuantiosas flores, de multicolores pétalos, de intensas fragancias, y árboles frondosos de hojas de un verde nuevo, recién nacidas.

-¿Dónde quisieras ir?-Le pregunté

-Quedemos aquí- Me dijo.

Y nos sentamos en una banca a la sombra de un sicomoro.

-Lo que tú quieras amor- Asentí.

La noté diferente, no transpiraba la alegría y tranquilidad de otras veces. Algo pasaba en su interior. Se me ocurrió algo para hacerla sentir bien. Mi mente trajo un columpio donde Cecilia se sentó y la empecé a mecer suavemente. Sonrió un poquito. Luego le traje un dulce de algodón de color rosa para compartir. Comenzó a mordisquear como una conejita. Yo mordí otro tanto y se me pego un pedazo en la nariz.

-Mira – le dije – Por infeliz se me pegó un pedacito en la nariz.

-No, no eres infeliz. Tú tienes un alma grande. Por eso te quiero.

Sonrió más, abrió más los ojos y su boca se entreabrió invitando a un beso. Me acerqué, Cecilia inclino un poco su cabeza y me miro aceptándolo. Bajo los brazos y posé mis labios en los suyos mientras la luz se iba retirando lentamente. Nos vimos repentinamente sobre la yerba, en medio de un enjambre de flores. El éxtasis duro…lo que duro. Cuando abrimos los ojos estábamos sentado otra vez en la banca a la sombra del sicomoro.

-Te pregunto algo –Me dijo

-Lo que tú quieras amor.

-¿Quisieras verme?

-Ya te estoy viendo.

-Verme en la realidad.

No le entendí. No, si le entendí. La pregunta era incomprensible para mi mente. Si, quería verla

-¿Estas segura?

-Totalmente.

-Yo también quisiera verte. Estoy feliz de tenerte aquí pero no quisiera perderte por ningún motivo.

- Sé que vivimos en un sueño y te veo como un sueño, un sueño bonito pero al final eres un sueño. Quisiera saber si eres real también.

-Soy un sueño porque no puedo vivir en tu realidad. La realidad es cruel y nos da sufrimiento. En cambio, en nuestro sueño somos felices. La tristeza no puede vivir allí.

-Vamos, compláceme, al menos.

-Sí, vamos a vernos.

 

XXXI

-Seguramente y para entenderte mejor deberías decir que ya no sientes a tu marido como tu esposo y quieres romper el compromiso de fidelidad- Le repreguntó Sofía.

-¿Si digo que no lo amo más estoy siendo honesta? He tratado de llevar una vida normal pensando que quizás sería mejor para mí y para mi familia, pero ya no.

-¿Ya lo decidiste?

-Sí, ya lo decidí. He reflexionado, he tomado mi tiempo y lo decidí. Pero no es una fácil decisión ni tampoco llevarla a cabo. Debería ser más fácil terminar una relación errada en estos tiempos modernos y más cuando se quiere ser honesta. No entiendo este mundo.

-En muchas cosas se ha avanzado, pero no en el amor, nos hemos estancado.

-¿O de repente hemos ido para atrás?

-Te contaré que hace mucho tiempo había tal libertad que la mujer podía tener amores con quien quisiera sin ser vista como una ramera y ser respetada como cualquier hombre. Si ella estaba con un hombre y no quería ser importunada, bastaba que el susodicho pusiera su lanza en la entrada de su casa. El concepto de amor era diferente, más sano, más alegre, natural y divertido. El de ahora es posesivo, controlador, dominante, individual y complejo por las diversas normas que se deben seguir. Además, el estado usa el amor de pareja y su dinámica como un recurso para dominar la sociedad y a sus individuos, como cuando tapa o descubre el cuerpo de la mujer para, sugerentemente, hacer que los hombres se conduzcan de cierta manera en la sociedad.

-No es extraño entonces que nosotras las mujeres encontremos muchos problemas en nuestra vida sentimental.

-Pero cuéntame, ¿crees que tu esposo aceptara con tranquilidad la separación?

-Es una incógnita. Él se muestra mesurado y pacífico, pero es un volcán por dentro. Siempre ha tenido la capacidad de liberar su presión. Pero hay algo que mi esposo ha hecho últimamente que es inusual en él. Ha comprado una pistola.

-¿Una pistola?

-Si. Siempre había estado opuesto a las armas de fuego, pero hace quince días compró una. Yo le pregunté porque y me dijo que el ver la cantidad de asaltos y robos le ha hecho cambiar de idea. Dice que es solo para auto defensa.

-En cierta manera parece entendible su motivo considerando el grado de inseguridad en que vivimos. De todas maneras, deben de establecer un procedimiento para mantener bajo extremo cuidado esa arma considerando que hay chicos en la casa.

-Lo hemos discutido mucho y dice que solo la va llevar cuando tenga que trabajar hasta tarde. En casa la tendrá bajo llave siempre y, solo en la noche, la tendrá disponible para seguridad. Dice que si escuchara algún ruido dispararía un tiro al aire para asustar a los ladrones.

-Parece bien pensado. Te quería preguntar otra cosa. ¿Has conocido a alguien que esté interesado por ti?

-No ni quiero conocer a nadie.

-¿Sigues pensando en mi hermano? Te pregunto eso porque si vas a estar libre de compromisos podrías retomar una amistad con él.

-No, he dejado de pensar en tu hermano como una ilusión, lo recuerdo como una experiencia de juventud. No he pensado en comunicarme con tu hermano y si lo hiciera, seria por pura casualidad.

-Tú sabes que yo no puedo transmitirle ninguna conversación que tengo contigo, aunque así lo quisiera.

-Yo siempre confió en ti y no se me ha cruzado por la mente que tú fueras a compartir cualquier cosa que te comenté aquí en tu casa.

-Gracias y espero que todo te vaya bien.

-Gracias a ti por ser tan paciente y ayudarme tanto.

 

XXXII

Siempre me había preguntado porque quería tanto a Cecilia y nunca había hallado la respuesta. Pensé que así era el amor, no da motivos para querer. Sus razones son indescifrables e inalcanzables. Lo que sí sé es que el amar no tiene nada que ver con la belleza, ni la sexualidad. Se ama a una persona que muchas veces no es bella y se ama generalmente al sexo opuesto, aunque no sea así siempre. Tampoco es algo casual, pues hay atracción química, instintiva o espiritual. Pero intuyo que la gran razón es el karma. Odias o amas a alguien en esta vida porque en otras estableciste una relación que no concluyó como debiera y en esta vida se te da la oportunidad de cancelarla armoniosamente.

Así lo pensaba. Pero sentía que había una razón más. Y eso me lo reveló el pedido de Cecilia para vernos. Sí, yo tenía un lazo karmico con ella, pero debería de haber una condición para que ese lazo se manifestara. Y lo llegue a sentir en lo más profundo de mi corazón, donde anidan las verdades eternas e inmutables, verdades que se alcanza tras hondos, intensos y apasionados estados de conciencia. En una palabra, por el dolor, amor o muerte. Y lo que desencadenó el karma fue el sentir que Cecilia me necesitaba para ser feliz. Tenía que cumplir con el destino que me había profetizado la adivina, el revelarle que yo la amaba, no en sueños, sino en la realidad misma.

 

XXXIII

Quedaron en verse el miércoles primero de abril, a las diez de la mañana, en el jardín botánico de la ciudad de Cecilia.

-¿Me prometes que vas a ir? – Preguntó Cecilia.

-Claro que allí estaré. ¿Cómo voy a dejar plantada a la chica más linda del mundo? Y algo peor, en nuestra primera cita.

-¡Que emoción! Nuestra primera cita de amor.

-Y no la voy a perder por nada del mundo.

Era miércoles, a una semana de la cita. Decidieron no verse hasta encontrarse de nuevo.

Marlon llegó a su ciudad el martes y se alojó en un hotel desde donde ordenó a una florería un bouquet de rosas rojas para recoger a las nueve de la mañana del siguiente día.

Por su parte Cecilia compró un jean gastado y una blusa amarilla, la ropa similar a la que en sueños había usado la vez que se comprometieron.

Durmieron ambos con la emoción y la alegría de saber que por fin se verían con sus ojos, se tocarían con sus manos e iban a sentir el mundo alrededor del ser que más amaban en la vida.

Marlon llegó a quince minutos para las diez, con el ramo de rosas en la mano. Había caminado unos cinco minutos por los alrededores del jardín.

El jardín botánico era un local amplio que abarcaba dos bloques de la ciudad. En sí mismo era una ciudad con calles y edificios, pero con una singularidad, los habitantes eran las plantas. Allí eran cuidadas y preservadas y vivían pacíficamente lejos del trafago de la ciudad.

Marlon encontró el jardín desolado, sin gente. Pensó que talvez era por el día y la hora tan particular. Se sentó con las flores en la mano y esperó.

Cecilia despertó al miércoles con una algarabía contenida, sonriente y ensimismada. Por eso no se percató que algo extraño sucedía con su esposo. Lo había despertado un sueño en la madrugada que no lo dejo dormir más. Soñó que estaba caminando por unas calles y jardines desolados, sin gente. Solo había un hombre que andaba delante de él. El hombre encontró una banca y se sentó con un ramo de rosas entre sus manos. Le pareció tan intrigante el sueño que lo mantuvo turbado hasta el amanecer.

Cecilia se preparaba meticulosamente para su cita mientras su esposo se encaminaba a su trabajo. En el trayecto pasó por el jardín botánico y le atrajo un raro presentimiento. Entonces recordó su sueño y decidió entrar. Estaba vacío de gente. Solo vio a un hombre caminando delante de él quien al cabo se sentó en una banca. Caminó frente al hombre y anduvo de soslayo para no ser reconocido. Pudo darse cuenta quien era ese hombre y el motivo por el cual estaba allí. En ese momento entendió porque vio a su esposa sonriente en la mañana, como nunca lo había estado antes. Supo, para sí, porque Cecilia se había separado poco a poco de su lado y porque su corazón ya no le pertenecía. Y también sabia para quien eran esas rosas que el hombre guardaba en sus manos.

Se acercó otra vez al hombre sentado en la banca. Se paró frente a él, sacó una pistola y disparó dos veces a la cabeza del hombre y huyó.

Cecilia escuchó los disparos, como si fueran petardos o explosiones que a veces emiten los autos. Pero aceleró sus pasos. Al acercarse vio a Marlon sangrando de la cabeza, tirado en la grama con un ramo de flores en la mano.

-¡Marlon! ¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha disparado? Y comenzó a gritar pidiendo auxilio. Miro alrededor pero no vio a nadie, pero aun así siguió gritando.

-Cecilia…déjalo… quiero soñar.

-¡No! necesitas un doctor – Y siguió llamando por ayuda.

-No puedes dejar que muera aquí. Mi vida pertenece a los sueños. Vamos, no me queda tiempo.

-No, resiste. Llamaré a una ambulancia.

-No, échate aquí conmigo. Créeme, me estoy muriendo. ¿Recuerdas cuando te dije como quería irme de este mundo? Quiero que me ayudes a realizar mi deseo. Llévame a tomar la avioneta.

Cecilia lo miró fijamente y comprendió que se estaba yendo de este mundo.

Se acomodó en la yerba al lado de Marlon. Le cogió la mano y entraron en el trance del sueño.

Abrieron los ojos y se encontraron en la pista de despegue donde se hallaba la avioneta amarilla.

-Gracias Cecilia por traerme. Sin ti no hubiera podido llegar hasta aquí.

-Pero si estás bien. Volvamos, quiero que sigas viviendo.

-No tengo más tiempo. Tú ya estás hablando con mi alma.

-No, no te vayas, por favor. ¿Qué haré sin ti?

-Sueña. En tus sueños allí estaré.

-¡No! No podré vivir sin ti.

-Recuerda lo que te digo, como que existe Dios, en otra vida nos volveremos a ver.

Marlon se subió a la avioneta, se puso las gafas de pilotear y una bufanda blanca al cuello y partió. Mientras el motor del avión tosía motas de algodón, con la mano le iba diciendo a Cecilia adiós. Ella lloraba y sonreía a la vez mientras Marlon volaba al infinito con su avión.

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