Cecilia
Segunda Parte
XI
Las
hojas del calendario las sopla el viento y se va llevando los años. Los días
pasan por mi vida, pero yo no me muevo, me estoy quieto. Veo que el tiempo
viene hacia mí y me traspasa, roza mi cuerpo y lo va degradando poco a poco.
Pero mi mente esta quieta. Solo mis sentimientos fluyen. Veo gente que se
mueven con los días, sujetas al tiempo. Sus mentes están inquietas y se mueven
erráticamente. No me tientan, que de mí se desentiendan. Para que no se ocupen
de mi finjo trabajar con mucho ánimo, pretendo sonreír con sus logros y celebro
sus afanes.
Tranquilo
en mi camino vuelvo la vista atrás para apreciar lo que he andado ya y también adelante
para considerar lo que aún me falta andar. Una convicción simple y clara me
acompaña en mi jornada. Puedo perder todos mis ideales, pueden derrotar todos
mis pensamientos, pero no abatirán el saber que magia es la fibra con que
estamos hechos. Por eso sonreímos y nos asombran los momentos maravillosos que
tenemos. Salimos en esos instantes del marasmo que nos aprisiona, de la rutina
de la vida y de lo prosaico de las cosas. Por eso nos gusta soñar pues con
ellos nos adentramos al mundo inmaterial y etéreo donde se place nuestra alma.
Por eso necesitamos amar porque con el amor cruzamos el umbral de la realidad
en cuerpo y alma y ya no necesitamos soñar. Maravíllate de las cosas bellas que
tengas tus días pues ellas traen la magia a tu vida. Puede ser un amanecer
soleado, la lluvia matinal, alguna flor en el jardín, una sonrisa que te
fascine, una mirada que te inquiete. Es la única forma de sentirse vivo.
Amar
es lo deseado, pero también es complicado. Muchos pensamos que el amor es algo
automático, que nos pasa y de la cual no tenemos control. Nos damos cuenta que
debemos esforzarnos para encontrar el amor en la vida, pero el no saber qué
cosa es nos lleva a encontrar algo equivocado en cambio. Por eso, muchas veces
sustituimos el amor por algo que no es, como seguridad, aceptación, protección,
amabilidad o deseo. Algunas veces, la necesidad de amor nos hace crear la
fantasía de que somos queridos. Y cosas muy tristes ocurren cuando encontramos
algo equivocado envés de amor. ¿Podemos llamar amor cuando somos constantemente
ignorados, controlados e insultados por la persona que dice amarnos?
Mi incapacidad
de contestar esas preguntas sobre el amor me hizo buscar libros sobre el tema.
El primer libro que encontré fue “El arte de amar” del psicólogo Eric Fromm. Lo
leí cuando tenía diecisiete años. El libro me dio una visión muy diferente de
la idea común que tiene la gente del amor. Básicamente decía que amar es un
arte que requiere esfuerzo y conocimiento; que es un error el creer que el amor
se basa en encontrar alguien que lo ame en lugar de amar a alguien y que es
equivocado considerar que el amor es cosa de suerte y que se encuentra al azar.
La gente piensa también que no hay nada que aprender del amor, que viene como
algo natural. Fromm nos dice que el primer amor que experimentamos en nuestra
vida es el amor de la madre, del cual nos separan al nacer. Por ende,
necesitamos del amor para conectarnos otra vez con otro ser y poder vivir. En
el desarrollo del amor sentimos primero el amor infantil, el “amo porque me
aman”. Luego pasamos por el amor inmaduro, el “te amo porque te necesito”.
Finalmente sentimos el amor maduro, el “te necesito porque te amo”. El amor
para Fromm es un compromiso que implica expresar respeto, consideración y
cuidado al ser amado.
Una
idea más sugerente del amor la que encontré en el libro “El banquete” de Platón
quien relata la fantástica concepción antropológica de Aristófanes sobre el
amor. Dentro de la mitología griega se creía que no eran dos los sexos, sino
tres: femenino, masculino y andrógino. Los seres masculinos tenían forma redonda,
pero de naturaleza doble: dos caras opuestas, cuatro brazos, cuatro piernas y
el sexo lo tenían doble igual que los seres femeninos. Los seres andróginos
también tenían todo doble pero el sexo que tenían era masculino y femenino.
Estos seres eran muy fuertes y atentaron contra Zeus quien los castigó
dividiéndolos en dos. Los seres humanos ya divididos querían volverse a juntar
con su otra mitad, pero no podían y sufrían mucho y morían de hambre por esa
pena de estar separados. Al ver esto Zeus hizo que los sexos concordaran de tal
manera que si las mitades separadas eran masculino y femenino pudieran tener
sexo y reproducirse y si las mitades eran del mismo sexo al menos podían
contentarse teniendo placer. Desde esos tiempos los seres humanos siguen
buscando en la tierra a su complemento.
Cierto
que es una idea fantástica, pero explica porque nos pasamos la vida buscando
nuestra otra mitad y porque nos sentimos convencidos de que hay una sola
persona en el mundo que nos haría sentir un ser completo.
XII
-Escogí al hombre equivocado como esposo. Debo de
reconocer mi error. Era muy joven y quería dejar de ser hija, dejar la tutela
de mi padre, dejar la casa familiar para tener mi propia casa, mi propia
familia y ser independiente. No tuve experiencia, solo tuve un enamorado quien
se convirtió en mi esposo. Pero me engañe, paséq a depender de mi esposo. Tengo
una familia, dos hijos, pero no soy feliz.
-Cecilia, tu experiencia de vida es común entre las
mujeres de nuestra generación. Es cierto, queríamos vivir nuestras propias
vidas, pero también estábamos condicionadas por las costumbres que la sociedad
esperaba de nosotras. No tener muchas relaciones sentimentales era lo que se
nos aconsejaba, inclusive si llegabas virgen al matrimonio era lo esperado.
¿Cuándo te diste cuenta que algo no estaba bien en
tu matrimonio?
-No te puedo decir exactamente cuándo. Ocurrió poco
a poco. Me di cuenta claramente cuando ya no me hallaba contenta conmigo misma.
Es como si a través del tiempo, poco a poco hubiera dejado de ser yo. De
repente me di cuenta que me sentía mejor con amigos y familiares, con quienes
reía y bromeaba, que junto con mi esposo. Al principio pensé que renunciar a mi
forma de ser era un sacrificio que toda persona casada debía de hacer por la
armonía del matrimonio. Pero veía que mis amigas no tenían que hacer ese
sacrificio y mucho menos lo hacia mi esposo. No me sentía a gusto con mi papel
de esposa sacrificada. Pero ya no podía ser yo. Y lo peor, es que se me hacía
cada día más difícil representar mi papel frente a los demás. Entonces encontré
en el tomar un poco de licor una ayuda para estar contenta y mostrarme feliz en
mi matrimonio. Lo contradictorio es que yo al principio censuraba a mi esposo
que tomara, lo que ahora yo he aceptado como necesario para sentirme bien.
- ¿Recuerdas algún detalle preciso?
-Me empezó a incomodar que mi esposo corrigiera
algo que decía o que hacía que a él no le parecía adecuado. Yo aceptaba eso
pensando que se debía al amor que me tenía lo que le animaba a querer que yo me
superara como persona. Pero cuando yo le sugería algo, él no la aceptaba. Así,
poco a poco llego a controlar mis actos y mis pensamientos.
- ¿Por qué lo dejaste?
Porque pensé que era más inteligente que yo. De
alguna manera me lo hacía saber. Cada vez que discutíamos por algo, yo siempre
terminaba aceptando que era mi culpa.
-Amiga, siento mucho que no seas feliz. Voy hacer
todo lo posible para ayudarte. Primero déjame decirte que tú misma te has
percatado cuales son los problemas que atraviesa tu matrimonio. Esa es la parte
más difícil y es el comienzo para encontrar la solución. Por eso te felicito y
juntas vamos a encontrar el modo de cambiar tu situación para bien.
XIII
Salí súbito del sueño, la persecución había sido
extremadamente agotadora y me dolían las piernas de tanto correr. Había tratado
de no salirme por no parecer débil, pero atravesar Londres por el centro, el
Palacio de Buckingham, cruzar Westminster Abby, entre una multitud de
visitantes, de todas partes del globo, en pleno mes de julio, con el sofocante
calor del verano y esto, sin el sol en el firmamento, era demasiado. Si, tenía
que salir.
Ya en mi cama, traté de recuperarme rápidamente,
pero al no poder hacerlo me tomé dos pastillas de vicodin y entré otra vez al
sueño. Los tipos que me seguían en el sueño me estaban esperando. Apenas entré
me tiraron a matar, entre la gente que pasaba, ¡no estaban jugando! Corrí por
la calle WhiteHall que conducía a la Plaza Trafalgar donde se realizaba un
mitin de trabajadores. Me escabullí entre ellos y me senté en el frio mármol de
los bancos. Quieto allí recordé el paseo que hicimos Cecilia y yo en la Plaza.
De repente la Plaza Trafalgar se hizo desoladamente grande. Me sentí triste y
ya no quise pensar. Mas en ese momento mi mente se sumergió en un sentimiento
puro de felicidad. Sentimiento único e intenso que tuve cuando paseé con
Cecilia por aquí. Esa emoción me elevó en el aire, revoloteó mi corazón y me
dejo caer. Solo la sentí, infinitamente fuera y dentro de mí.
Un
día en mi cuarto me pregunté cómo seria soñar con mi niñez, cuando tendría 3 o
4 años. Pues allí me dirigí. Fui a una casa que reconocí era de mis abuelitos.
Quedaba en la calle Washington, en Lima. Era una casa de estilo colonial.
Recuerdo el patio donde alrededor se ordenaban los dormitorios. En una habitación
encontré a mi mama con su hermana, mi tía Paulina. Estaban probándose unos
sombreros y no se preocupaban de mí. Seguramente pensaban que era tan nene que ni
cuenta me iba a dar de las cosas que sucedían a mí alrededor. ¡Craso error!
Ellas hacían muecas frente a un espejo de pan de oro. El espejo tenía motivos
florales. Lo recordé porque lo vi después, ya muy envejecido. Pero más recordé
el color de la pared, un celeste colonial. No me gustaba porque era un color
tenue, como si estuviera aguada la pintura para una pared de bloques grandes de
barro puestos de cabeza. Pero me di cuenta que no era mi disgusto por el color
de la pared. Era lo precario e inestable que sentí cuando vine al mundo.
XIV
Lo que empezó con una desesperación por encontrarme
con Cecilia devino en afición emocionante.
La primera vez que me encontré con Cecilia en
sueños fue de un modo intuitivo. No sabía que podía comunicarme con la persona
que quería mediante el sueño. Varias veces me llegué a encontrar con ella, pero
resultó que fue de casualidad. Por eso no pude hacerlo después y desconocía el porqué.
Y es que no era en realidad en el sueño en donde me encontraba con Cecilia. Era
tomar el mismo camino que conducía al sueño para luego desviarme. Entonces la
llamaba al paraje más bello y apacible imaginable. Si la persona convocada te
escucha y acepta tu llamado, entonces va hacia ti. Y así me encontré con
Cecilia. Entonces supe que no la podía encontrar más. Cecilia no deseaba verme.
Pero me hice hábil en dirigir y gobernar mis sueños. Podía entrar en los sueños
a voluntad. Y estando en medio de un sueño cambiarme a otro, decidir qué hacer,
a mi discreción. Dentro del sueño podía volar, tener cualquier habilidad, ser
cualquier profesional, un doctor, un policía, un espía, un vagabundo, cualquier
persona. Al principio fue muy difícil. Me despertaba en medio del sueño cuando
me daba cuenta que estaba soñando. Algunas veces los sueños me angustiaban
porque eran desagradables, otros eran muy placenteros, demasiado placenteros.
Pero después de mucha práctica y error, poco a poco me hice maestro de mis
sueños.
Lo difícil al empezar fue el recordar los sueños.
Se me iban de la mente apenas me despertaba. Trataba de apuntarlos cuando me despertaba,
pero mientras me despabilaba, el sueño se me escapaba. Era frustrante, pero
como todo en la vida, la disciplina y constancia me permitió alcanzar mi
objetivo.
Aunque Cecilia no quería verme ni en sueños yo no
me rendía. Pero ¿dónde encontrarla?
Una noche, en sueños fui a casa de sus padres. Toqué
la puerta y salió su hermano.
- ¿Dónde está Cecilia? Pregunté.
No quiso responderme.
- ¿Dónde está Cecilia? Volví a preguntarle.
Instantáneamente me vi sentado en una mesa con su
hermano hablándome de futbol. Salí de mi cuerpo y observé que yo le seguía la conversación,
pero mi yo voló alrededor de la casa para ver si la encontraba. Otra noche, en
mis sueños volví a buscarla a la casa de sus padres. Pensé que se ocultaba de
mí dentro de la casa. No toqué. Miré desde enfrente de la calle. La noche
estaba oscura, pero pude distinguir la ventana de su cuarto. Espere pues
ella solía atisbar la calle de tanto en tanto. Pero no salió. En el siguiente
sueño me atreví a buscarla a su casa, donde vivía con su esposo. Ya no me
importaba si eso causaba un problema. Toque repetidas veces y nadie acudía a
abrir la puerta, a pesar de que toda la casa, el primer y segundo piso, estaba
iluminada, como si fuera una casa fantasma. Me fui desilusionado, desesperado y
frustrado. Y tristemente convencido de que no había nada que podría hacer para
encontrar a Cecilia.
XV
Cecilia puso fe en la esperanza de que su
matrimonio podía superar todos los problemas. El ofrecimiento de ayudarla de
parte de Sofía apareció en un momento que ya había perdido la confianza de que
alguna vez tendría un matrimonio feliz, como lo había soñado. Es verdad que no
tenía el coraje de romper su matrimonio, pero se había resignado a mantenerlo
por el bien de sus hijos y, tenía que admitirlo, también el de ella. ¿Qué podía
hacer sola? Siempre había dependido de una figura masculina, primero su padre y
ahora su marido. Claro que su familia siempre le había prometido ayudarla si
tuviera algún problema, pero sentía que cualquier ayuda no le haría sentir
segura. Ya había asumida una actitud derrotista en la convivencia con su
esposo. Casi ya no le hablaba. El
silencio se había convertido en un arma ofensiva con la cual derrotaba a su
esposo en cualquier discusión que tenían. También lo insultaba mentalmente cada
vez que su esposo le decía algo que no le agradable, “idiota”, “estúpido” se
podía escucharle decir si tuviéramos un oído fantásticamente agudo. Caricias y
mimos de parte de él no las extrañaba porque nunca las tuvo como debería y como
quería. Y con respecto al sexo, Cecilia había accionado el interruptor de
apagado en su vida íntima, sin ningún apremio y sin ningún lamento. Pero en su
infelicidad se había empezado a preguntar que hubiera sido si se hubiera casado
con aquel chico que conoció una vez en una fiesta. Por eso acudió a la casa de
su amiga con mucha ilusión de que la salvara de los nuevos pensamientos que
afloraban en su cabeza.
- ¿Le explicaste a tu esposo la importancia de que
vengan juntos a la terapia?
-Le volví a insistir para que viniera, pero se
negó. Dice que el problema de nuestro matrimonio es de los dos y que solo los
dos podemos resolverlo.
-No importa. Es bueno empezar con lo que hay. Tú ya
has definido los retos que debes de superar. Lo primero será establecer el
respeto que como personas todos nos merecemos.
-Lo he hablado muchas veces.
-Seguramente. Pero muchas veces pensamos que porque
nos asiste la razón nuestro interlocutor tiene que entenderla y aceptarla.
Otras veces exigimos lo justo en medio de una discusión acalorada. Ahora debes
de exponerlo de una manera diferente.
-Me exaspera que no me comprenda.
-Vence ese sentimiento y busca un momento apacible
para conversar. Empieza hablando de lo positivo que han tenido hasta ahora y la
necesidad de cambios para continuar lo bueno de su matrimonio.
-Lo bueno ha sido muy poco.
-Lo sientes así pero seguro que ha habido mucho más
de lo que tú crees. No va ser fácil. Una parte de ti está totalmente
desilusionada y la otra lucha por seguir. El compromiso es tuyo y al final
debes decir a cuál parte apoyar.
-Perdóname por mi desesperanza.
- Animo Cecilia y reconfórtate el pensar en la
felicidad que tu esfuerzo dará a tu familia.
- Es muy tarde amiga, las fuerzas ya no me alcanzan
para seguir más. Si, hablé con mi esposo y nos llevamos mucho mejor. Me muestra
consideración y respeto que tanto exigí. Escucha mis ideas y toma en cuenta mi
opinión. A la vista todo ha sido para bien y volvimos a conformar una familia
feliz. Pero es aparencial. Porque ya no tengo una ilusión. He dejado de querer
a mi esposo y le miento diciéndole que aún lo amo. Ya no puedo volver atrás.
Lamento Sofía que a ti también te tenga que
engañar.
XVI
Una noche andaba en mis sueños por un amplio
boulevard que tenía jardines con flores multicolores a cada lado de la vía.
Artesanos de diversos países estaban instalados a lo largo del paseo. Había
blusas con motivos florales, ponchos y bufandas de Otavalo; de Colombia se
exhibía cestería. Panamá mostraba sus molas, Argentina estaba representada por
su talabartería. El clima estaba agradable, fresco y soleado. Paseaba tranquilo
y seguía recorriendo los demás puestos, disfrutando del día primaveral… cuando
apareció Cecilia. Mi corazón dio un brinco. Ni soñando en sueños me hubiera
imaginado verla. Y estaba allí,
caminando hacia mí. La vi linda, muy linda, más linda que nunca. ¿Por qué? Me
pregunté. ¡Ya sé! Era porque sonreía. Vestía un jean gastado y una blusa de un
amarillo canario. Y algo inusual, su cabello lo llevaba suelto sobre sus
hombros. Yo siempre había identificado el color amarillo con alegría, con
inteligencia. Era indudable que así Cecilia deseaba mostrarse ante mí.
-Hola Cecilia.
Le sonreí. No quería decir nada que estropeara este
mágico momento.
-Hola- Me respondió y antes que pudiera replicar a
su saludo dijo:
-Quiero hacer las paces contigo.
-Cecilia, nunca nos hemos enemistados – Le dije.
-Lo sé. Pero sé que me has estado buscando por
todas partes y por muchos años. Y yo me negué a que me veas. Pero ya no me voy
a esconder de ti.
-Te busqué porque ya no podía vivir sin ti, sin
saber de ti, sin verte, al menos en mis sueños.
-Yo también quería verte. Me resistía a hacerlo,
pero más pudieron mis sentimientos. Pero también porque comprendí que mi
espíritu no pertenece a la realidad sino a los sueños. Y aquí estoy.
En ese instante sentí un impulso y la abracé y Cecilia
me abrazó. Otra vez pude reconocer con mis manos su talle, su torso y su aroma
y el roce de su cabello en mi rostro. Me estremecí un instante y luego me colmó
un sosiego. Nos soltamos y empezamos a caminar por el boulevard, tomados de la
mano. De pronto con una sonrisa (Dios, como amo esa sonrisa) Cecilia tuvo una
idea. Se paró frente a mí, como retándome y dijo:
-¿Qué tal si empezamos todo de nuevo?
No titubeé.
-Fantástico - Le dije.
Volvamos a ser chicos de nuevo y regresemos a la
fiesta cuando nos conocimos por primera vez. Era febrero y en una fiesta de
carnaval nos vimos. Cecilia llevaba un vestido blanco estampado, hasta media
rodilla con unos zapatitos bajitos. La saqué a bailar apenas escuché “Aubrey”.
Tomé su mano y bailamos en el centro del salón. Aspiré su perfume de nuevo al
abrazar a ese ser encantador ¡Qué lindo se sentía estar cerca de un amor tanto
tiempo anhelado! Y ahora si le hablé.
-Mi siento feliz de bailar contigo y de sentirte
tan cerca.
-Yo también me siento contenta.
Terminando la canción le pregunté si le gustaría
pasear por el parque.
-Ya pues.
Y súbitamente estábamos andando por la explanada
del Parque Guell. Parecía un parque para niños, con casas de colores, como de
cuentos de hadas. Nos sentamos en una banca ondulada que semejaba una serpiente
agigantada. Y nada más se me ocurrió que comiéramos algodón. Y le pedimos
dos a un vendedor y nos fuimos andando, comiendo algodón de azúcar con forma de
una flor.
XVII
-Tenía que serte sincera Sofía. Me sentía mal el
estar engañándote.
-Aprecio tu sinceridad y nada puede cambiar el
aprecio que siento por ti. Pero quisiera que me ayudes a entender en toda su
extensión la problemática que envuelve tu relación conyugal. Tú dices que
lograste cambiar sustancialmente todo para mejor y que volvieron a llevarse muy
bien.
-Es verdad. Tu ayuda sirvió para restablecer la
armonía en mi matrimonio, pero algo en mí se había fracturado y ya no puedo
pegarlo.
-¿Qué fue?
-Cosas tangenciales que no se referían directamente
a mí sino a mi familia. Mi esposo nunca ha tenido un buen concepto de mis
hermanos y no pierde la oportunidad de criticarlos negativamente. Es cierto que
ellos comenten errores constantemente y no han obrado en la vida como se
esperaba. Y es verdad, por errores de ellos mismos. Pero mi esposo es muy duro
juzgándolos a ellos y a sus familias. Poco puedo hacer para defenderlos pues mi
esposo no pierde la oportunidad de hacérmelos saber. No los considera, por ello
no alienta que vaya yo y mis hijos a visitarlos. Por ello vivo distantes de mi
familia, tengo que hacer malabares para ir a sus cumpleaños o a cualquier
reunión que tengan.
-¿Hay algo más que te mortifica?
-De hecho, su trato ha cambiado y respeta mis
opiniones. Pero no deja de criticarme por algún inesperado error que cometo. Por
ejemplo, si olvido de pagar una cuenta me lo hace ver o si deje la luz de la
cocina encendida y se quedó toda la noche también. Sé que es mi culpa, pero me
agobia que me lo recuerde.
-Tal parece que has desarrollado una suerte de
resentimiento hacia tu esposo por cómo es él, por su forma de ser, por su
carácter que no conjuga con el tuyo.
- He tratado de racionalizar nuestras diferencias y
entenderlas y aceptarlas, pero eso me causa una constante angustia e
inseguridad.
-¿Has vuelto a tener vida íntima con tu esposo?
-Si. Pero no ha llegado a recuperar el sentimiento
fuerte que le tenía. Nuestra relación se ha quedado en la superficie. Mis
sentimientos se han agriado. Le tengo cariño, pero la verdad es que ya no
siento amor por él.
XVIII
En sueños todo puede pasar, hasta que los elefantes
vuelen. Pero no con mis sueños con Cecilia. Eran como una vida normal,
totalmente normal o… casi.
Un día estábamos en una fiesta con unos amigos,
entre ellos estaba el que iba a ser su esposo. No es que lo hayamos invitado,
es que las cosas que habitan en nuestra mente se materializan en nuestros
sueños. Así que allí estaba, conversando afanosamente con Ceci. Y era
fastidiosamente empalagoso, que estudio esto, que hago esto, que tengo aquello.
Cansado de su parloteo le pregunto a Ceci mentalmente
- ¿Porque no nos vamos de aquí?
Estaba sentada en medio del sofá en medio de una
amiga y el fastidioso ese. Yo estaba frente a ella, sentado en un puf,
mirándola embobado, como vestía, como movía las manos al hablar, el rumbo de
sus ojos y las muecas de su rostro. Para irme de allí bastaba con hacerme humo
instantáneamente pero no solo, sino con Cecilia. Le pregunto
- ¿Te molesta mucho?
-Me estaba preguntando como me enamoré de este.
Contestó.
-Ahora ya lo sabes, vámonos.
La lleve a la playa, pero no al espacio exterior
donde fuimos un día, sino a la playa del León dormido. Me imaginé esa playa porque
había ido muchas veces de niño. Me gustaba el boquerón que el mar había cavado
en una montaña que se había atrevido a aproximarse mucho al mar. Las olas lo
golpeaban incesantemente y al entrar al boquerón el mar rugía en su interior y
su rugido se escuchaba en toda la playa. Caminamos por la orilla, íbamos de
pantalones cortos, sandalias y polos.
-Hagamos un castillo. Le propuse.
Y arrodillada comenzó a escarbar la arena con sus
manos. Me decía que cada vez que iba a la playa trataba de construir un
castillo de arena, pero el mar siempre la vencía.
-Esta vez será diferente. Me dijo
Pero yo ya veía algo diferente. Sin pensar mis ojos
se habían detenido a mirar las piernas desnudas de Cecilia. Flexionadas por
estar de rodillas, las vi bonitas, bien formadas y bronceadas. Al salir de mi
asombro me dije que Cecilia seguramente había leído mis pensamientos. No es que
todos mis pensamientos los pueda leer, tiene que dirigir su intención para
hacerlo, como mover una antena para captar lo que pasa por mi mente. Esperaba
que no. No sabía cómo ella podía haberlo tomado. No, no había pasado nada entre
nosotros, más que andar tomados de la mano y algún abrazo. Yo no tenía ninguna
otra intención. Me deleitaba viéndola, saborear su presencia, sentirla cerca.
¿Qué más podía pedir un hombre enamorado? Y es que estaba enamorado y solo
pensamientos románticos reinaban mi corazón. Pero prácticamente la estaba
tocando con mis ojos. Pero no, aun no se presentaba el deseo. ¿Acaso hace
falta? Pero, ¿y si en ella anidó ya el deseo y yo me estoy quedando rezagado?
¿Cómo poder saberlo? No quiero imaginar que algún día me cante “Palabras,
palabras” de Silvana de Lorenzo. ¡Uyy caray! Me di cuenta ¡Esa canción ya antes
me la habían cantado!
XIX
“Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo
lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama”. Miguel de Cervantes
Saavedra.
Me quedé intrigado después de la última vez que me
encontré con Cecilia. No se me había cruzado por la mente algo erótico con
ella, ni en la realidad ni en sueños. Entonces me puse a cavilar en el asunto. De
lo que estaba seguro es que tenía un profundo afecto por Cecilia. Me sentía
bien al estar con ella, cómodo, confiado y feliz. Es verdad que mis emociones
eran intensas y había vivido obsesionado por verla y saber de ella. Ahora me
sentía complacido y en paz porque la podía verla, hablar e intimar con ella.
Entonces amo a Cecilia ¿y el sexo? ¿Se puede amar sin tener sexo?
Me puse a investigar y leí que el amar no
necesariamente implica el tener sexo con quien se ama. Ósea que una cosa es
tener sexo con una persona y otra es amar a esa persona. Dicen que el tener
sexo es una experiencia corta y pasajera, que no envuelve los sentimientos,
porque si la relación pasajera se volviera constante y permanente, surgirían
los sentimientos y se crearían lazos afectivos que llevarían a querer a esa
persona. También dicen que cuando el afecto existe o se establece entre dos
personas, el sexo deviene en algo secundario.
También me enteré que muchos de esos mitos sobre el
amor y el sexo nos fueron inculcados en las novelas de amor y en las películas
de Hollywood. Quiere decir que la idea de que tener sexo con la persona que ama
es lo más sublime que hay y es lo que debe de ser, es una idea implantada en
nuestras cabezas. Además, el mercado y la publicidad nos crean la impresión de
que el tener deseo sexual es parte crucial de nuestra relación amorosa y que,
si no sentimos o deseamos tener sexo con nuestra pareja, nuestra relación
sufre. Si todo esto no es suficiente problema se debe de sumar la diferencia
que existen sobre la percepción del deseo y del amor entre hombre y mujer.
Pero creo que al final todo se reduce a la pregunta
¿se puede amar a una persona sin sentir deseo sexual por ella? Cierto que puedo
tener amistad con una chica sin sentir deseo, pero sentir amor, abrazar y besar
sin el eros de por medio parece imposible. Claro que siento amor por mis padres
y por mis hermanos, pero amor de pareja envuelve algo más. Yo sé que amo a Cecilia,
pero el amor sexual no es una urgencia que tengo por ella. Me imagino que así
será, seguramente. Algún día nuestros cuerpos se unirán en una experiencia
intima. Pero no quiero correr. Quiero disfrutar lo más importante de esta
relación, los sentimientos y las emociones que dan y se crean. Y eso es lo más
importante para mí. Y es que yo concibo al amor como una totalidad. Algunas
partes son más importantes, pero todas son necesarias. Si lo comparo con una
comida podría decir que ya saboreé la entrada, que estoy disfrutando del plato
principal y que el sexo será el postre, algo que lo disfrutaré al final.
XX
Nos volvimos a encontrar en el bulevar donde
prometimos no volvernos a separar nunca más. Y me gusta ese paseo. La calle es
ancha para acomodar una vía secundaria, de ida y vuelta, tiene dos bermas a los
costados donde se instalan vendedores y ferias, los jardines que corren al lado
de las bermas y en el centro van las vías dobles donde circulan muy pocos
autos. El bulevar de quince cuadras empieza y termina en dos arcos que semejan
el arco del triunfo. Los jardines tienen flores multicolores como la retama, la
flor de amancaes, girasol y el crisantemo, todas de color amarillo; también
begonias, gardenias y azucenas con su color rosado además de rosas, lirios y
gerberas que le dan el tono rojizo y también margaritas, jazmines y claveles que
le dan el tono blanco. Claro que también hay arbustos coloridos y geranios de distintos
colores que dan una visión democrática a ese paraíso. Andábamos por la derecha
del bulevar, con el sol en el poniente que
se filtraba por las copas de los arboles, dándonos calor. Cecilia estaba bella
en sus pantalones jeans envejecidos y una blusa blanca tejida de algodón.
-Hola corazón- Le dije
-Hola- solo eso respondió.
Yo la trataba con sumo cuidado, como una flor en
botón, como una copa de cristal, como algo sumamente delicado, como si tuviera
en mis manos su corazón. Yo la amaba, pero no quería agobiarla con mi amor.
Además de sus labios no habían brotado un te quiero aun, más sé que yo le
gustaba mucho y un gran cariño debía de sentir por mí por venir a verme aquí.
Si, sus ojos parecían decir que me quería, sus labios entonaban una melodía de
amor, su risa era una carta donde yo era el destinatario, pero no había
palabras que hicieran vibrar el aire al decir “te quiero amor”.
Pero estaba allí conmigo. Y allí estábamos los dos
paseando por el jardín.
-¿Qué flor te gusta mi amor?
-Me gusta la violeta.
Arranque una y se la di en su mano mientras le di
un beso en la mejilla. Ella sonrió
-¿Quieres conocer Paris? -Se me ocurrió.
-Debe ser bonito. Siempre hablan de Paris, sino los
pintores, los poetas y escritores y por último los enamorados. Si vamos pues.
En un cerrar y abrir de ojos estábamos en la
explanada de la Torre Eiffel. Pensé, que más representativo que este lugar para
empezar a conocer la ciudad luz.
Empezamos a subir las escaleras de este colosal
monumento de fierro. Poco a poco las cosas desde lo alto se empequeñecían, pero
a la vez nuestra visión se extendía.
- ¡Mira! Ese es el Campo de Marte.
- ¿Cómo Lima?
- ¡Aja! Tiene el mismo nombre, pero este es más
grande.
Seguimos escalando y llegamos hasta un descanso,
una plataforma que alojaba un sobrio y austero restaurante “El 58 Tour Eiffel”.
Nos sentamos a descansar. Vi que ofrecían vino y champan.
-¿Qué deseas beber? Le pregunté
-Sería bueno probar el champan, ¿no? Pues venir hasta aquí y no saborearlo sería
un crimen de lesa humanidad.
-Sí, tomar el Chapman y hacernos dueños de la
ciudad.
Tomamos las copas de champan y brindamos
- ¡Por el amor! -Dije
- ¡Por el amor! -respondió Cecilia.
Degustamos un poco, luego meneamos la copa y dimos
otro sorbo. Las burbujas del champan estallaban en nuestras bocas, perfumaban
nuestro aliento y adormecía nuestras cabezas.
-Está rico- comentó.
Estuvimos deleitándonos con el champan y
mirándonos. La mire fijamente, me miro también por un instante y luego,
haciendo a un lado su mirada hizo, sonriendo, una leve mueca con sus labios.
-¿Seguimos subiendo? Preguntó
-Sí, vamos a ver hasta donde llegamos. Son como
3000 escalones y ya habremos subido 50.
-Si vamos
El champan se nos había subido a la casa y subíamos
riendo más fuerte.
Cecilia subía por delante, entre la gente bajaba al
mismo tiempo. Entonces vi la figura de su cuerpo arriba mío. Vi su blusa
ondulante por el viento y vi sus jeans ceñidos a sus caderas y a sus piernas. Y
me gustó. Algo se revolvió dentro de mí. Quería alcanzarla y estrujarla con mis
brazos. Ella sonreía lo que me provocaba aún más. Llegamos hasta el segundo
nivel. Había un restaurante llamado el “Jules Verne” y nos sentamos a comer.
-¿Qué tal si comemos algo típico de Paris, de
Francia?
-Ya pues.
-Acá dice que los mussels es un plato típico en
Paris.
-Muy bien ordenemos mussels.
Nos trajeron como una olla de… choros.
- ¿Esto es mussels?
-De repente sabe diferente en francés.
Probamos los mussels. Tenía poca sal, estaba
aderezada con cebolla y ajo y una verdura que no sabíamos que era.
-Yo preferiría cien veces choritos a la chalaca-
comentó
-Yo también.
-¿Y de postre?
-¿Qué tal si pedimos “Creme Brulee”?
-Suena bien
Nos trajeron nuestros postres.
-Esto parece… ¡leche asada!
-Sí, con nombre francés.
Claro que lo degustamos, pero no pudimos dejar de
pensar que la leche asada que venden en el mercado de mi barrio es más rica que
aquí en parís en el “Jules Verne” de la Torre Eiffel.
Bajamos de la Torre Eiffel y caminamos un rato por
el Campo de Marte., Al lado corría el Sena y al otro lado se vislumbraba casas
y departamentos. Algunos niños jugaban en el pasto y algunas parejas se besaban
en las bancas. Entonces me anime. Le
cogí su mano y la conduje a un árbol en medio del jardín. Yo me había imaginado
una noche con la luz de la luna cuando besaría a Cecilia, pero era de día y con
pleno sol. Pero no pude resistirme más. El champan, Paris, la Torre Eiffel, el
campo de marte, todo me susurraba ¡bésala!
Me recosté en el árbol y la atraje sobre mí. Me
miró presintiendo lo que estaba a punto de suceder. La cogí de la cintura y
ella se dejó llevar. Nuestros rostros se acercaban y antes de que nuestros
labios se juntaran, cerró sus ojos y yo los cerré también. Mis labios sintieron
los suyos, tibios y tersos. Y en ese instante la reconocí. El beso al unirme me
separó de ella para hacerme consiente de su ser, de su existencia allí, en mi
vida, como la otredad que mi yo carecía. Y al amarla conocí la verdad, que el
tanto amar a alguien, el amor al desbordarse, regresa a ti. Y el beso fue y se
propagó por todo mi cuerpo. Una sensación de bienestar me embriagó. Pero luego
de un momento, mi urgencia cambió. Sentí la necesidad de llevarla dentro de mí
y de introducirme dentro de ella. La caricia de sus labios se tornó en una
presión de desesperación. Mi boca quería abrirse para tragarme a Cecilia
entera. Forcejeamos un poco hasta que Cecilia se soltó. Nos compusimos
lentamente y salimos del jardín.
-¿Vamos a caminar por los Campos Eliseos? le
pregunté, por tener algo que decir.
-Vamos pues- Me dijo casi casi cantando al final de
la frase o eso es lo que creí oír.
Entramos al bulevar pues era una suerte de bulevar
con aceras anchas para caminar, con tiendas, cafés, restaurantes y negocios
para observar.
-Eso me recuerda un poco a la Avenida Larco.
-Sí, es cierto. Un poco más ancho, pero es el mismo
concepto.
-Todas las capitales de los países modernos tienen
casi la misma fisonomía.
-Sí, y no es casual.
- ¿Por qué no es casual? Me lo vas a tener que
explicar, ¡eh!
XXI
Sabía que nuestro amor andaba por un nuevo sendero,
ya y el deseo nos empezaba a rondar. Mas no quería que nada pareciera abrupto,
fuera de lugar. Así que para evitar que surjan temores y reparos de parte de
ella, iba a decirle que no haríamos el amor hasta que no estemos seguro de
nuestros sentimientos, que primero deberíamos compartir nuestros secretos,
nuestros anhelos y nuestros miedos, prácticamente todo. Se lo diría apenas
tuviera la oportunidad.
Al día siguiente nos reunimos en Washington DC para
tomar un desayuno en Starbucks, en la Avenida Connecticut. Cecilia vestía una
blusa de tela hindú naranja, con mangas largas, unos pantalones negros y
botines del mismo color. El café estaba casi vacío así que nos adueñamos de él.
Pedimos unos sándwiches y café. Nos tocaba servirnos nosotros mismos el café.
Noté a Cecilia un poco extraña. Pensé que de repente le había incomodado el
beso que le di ayer en Paris. O que era alguna otra preocupación. ¿Qué seria?
Tenía que saber el motivo pues eso me angustiaba.
-¿Cuántas cucharadas de azúcar le echas a tu café?
-Tres.
Cecilia se sentó en la mesa que habíamos reservado
para los dos mientras yo me dirigí a un rincón donde estaba la máquina de hacer
café y los dispensadores de azúcar, crema y servilletas.
Estando atareado escogiendo los vasos descartables,
sentí a Cecilia acercarse donde estaba yo. Estaba de espaldas hacia ella así
que me volteé cuando la percibí cerca. La vi y mirándome intensamente se me
acerco a unos centímetros de mí. Y sin quitarme la mirada empezó a hacerme el
amor. No supe que pasó, pues no nos desvestimos, no teníamos los cuerpos
desnudos, no había sudor, tampoco respiración entrecortada, ni gemidos ni “te
quiero amor”. Solo sentí su mirada intensa posesionándose de mis ojos y un
placer que se alcanza al tener sexo con una persona. Me empujó a una esquina,
contra un mostrador. No nos movíamos, solo había placer, placer inesperado.
Estaba turbado, extasiado, poseído y gozoso todo a la vez. ¿Cuánto duró? No lo sé. Solo sus ojos
intensos poseyéndome y yo a punto de desfallecer. Luego su imagen se fue y
desapareció.
Entonces entendí lo que había pasado.
XXII
Voy a recoger a los chicos y los llevo a su
práctica de futbol los martes y jueves y los sábados si tiene un partido contra
otro colegio. Los lunes y miércoles viene el profesor que los está preparando
para que no tengan problemas en la facultad de ingeniería y arquitectura donde
piensan estudiar.
Si, la vida parece ordenada, cada uno que otro
sábado vamos a pasar una velada con nuestros mejores amigos. La pasamos bien
también en las reuniones del club una vez al mes. Y a ver una que otra película
de estreno al mes también divierte y comer pizza todos los viernes en la noche
anima la semana en familia.
Mi esposo pone su parte para llevar bien la familia
y tener una vida tranquila. Su trabajo en el departamento de contabilidad de
una corporación mediana cubre con holgura nuestros gastos y pretensiones. Sus
atenciones están bien organizadas con flores y una cena los días de San
Valentín, celebración en la fecha de nuestro aniversario y mi cumpleaños. ¿Qué
más puedo pedir? Y me dice que me quiere. Todo está bien.
Pero no, no todo está bien. Ayer mientras secaba la
ropa puse la radio escuché la canción “Aubrey” y no resistí y me puse a llorar,
triste, triste, muy triste. Y lo recordé y recordé recuerdos que nunca viví.
Esa es la prueba que no todo está bien.
Pero nada va a cambiar, así está destinado a ser,
por las mil o millón de razones con que la realidad tejió esta red donde me
hallo atrapada. Así será por toda la vida a menos que algo mueva la tierra de
sus goznes. Así que cada vez que mi esposo me diga que me quiere, le responderé
que … yo también.
XXIII
Estaba sentado en la banca del jardín donde nos
vimos Cecilia y yo la primera vez. Me puse a pensar en lo que sucedió en el
café. Me pareció glorioso, un placer inesperado, una gloria alcanzada. Pero no
sabía cómo reaccionar, si debía decirle algo o comentar algo. Aunque todo
estaba bien para mí. ¿Acaso era necesario palabras? ¿O sí? Una canción
francesa, Non, je ne regrette rien daba
vueltas en mi mente que me hizo cantar “¡No! nada de nada, ¡no! no lamento
nada, ni el bien que me han hecho, ni el mal”.
Entonces la vi venir por el camino de flores que
conducía hasta aquí. Venía con un vestido blanco de mangas cortas, más abajo de
las rodillas y unas sandalias marrones, Llevaba el pelo suelto con un pequeño
cerquillo ondulado sobre la frente. La mire desde lejos mientras ella miraba
las flores. Estando más cerca me miró y sonrió.
- ¡Hola! –me dijo
- ¡Hola amor! ¿Cómo estás? –mi voz respondió.
- Muy bien, ¿y tú?
-Te veo y estoy bien.
-Ósea que soy tu doctora.
-La que me cura y la que me enferma si no te veo.
-¿Tanto poder tengo?
-Puedes destruir y construir mi mundo las veces que
quieras.
-No suena muy bonito eso.
-Puedes, pero no lo haces y eso es lo bueno.
-De lo que te libras.
Nos quedamos en silencio un breve momento
-¿Quieres ir a alguna parte?
-Quedémonos aquí.
-¡Fenomenal!
-Quiero preguntarte algo.
-Pregunta.
-Tú dices que me quieres, ¿no?
-Por supuesto, te quiero mucho.
-¿Cuánto es mucho?
-Es mucho porque mi amor no tiene límites, se
extiende y desborda mi corazón y se sale fuera de mi cuerpo y de allí a todo el
universo. No lo puedo medir porque no tiene medida. Cuando miro al cielo, en la
noche, mi amor por ti alcanza a las estrellas que brillan en el infinito. Pero
no es solo un sentimiento lo que me impulsa a querer que seas feliz. Es la
razón que me motiva a hacer todo lo posible para que seas feliz. Porque si tú
eres feliz yo soy feliz y si estas triste, tu tristeza es la mía. Al final,
gracias a ti yo vivo, sin ti solo existo.
La miré a los ojos, me miró y bajó levemente su
mirada. Hubo un silencio y luego Cecilia habló.
-Te pregunté porque quería que sepas que yo también
te quiero.
Y volteando su vista hacia mí, nos abrazamos los
dos.
Al fin oí lo que creí imposible de escuchar; que de
sus labios fluyeran palabras mágicas que me elevaran del suelo y me sostuvieran
en el aire, en un estado de exaltación sublime. He allí que hoy puedo dar
testimonio que el amor es un regalo divino de Dios al ser humano.
XXIV
No se me iba la felicidad después que Cecilia me
dijera que me quería. Me sentía profunda e infinitamente más querido con esas
simples palabras de lo que jamás hubiera esperado estarlo. Claro, te quiero son
solo palabras, pero fue una poción de dopamina y ternura que derritió mi
corazón y conmovió mi alma.
Pero ¿Por qué me conformo con tenerla en sueños?
¿Por qué no intento vivir nuestro romance en la realidad? ¿Acaso no podría
tener algo mejor? ¿No será que Cecilia tomaba el camino más fácil, el tener una
familia, un esposo, y seguir siendo fiel? Para mí era claro, sino fuera en
sueños no tendría nada de ella. En el mundo de los sueños ella me quiere y está
conmigo.
Aunque… quisiera verte alguna vez, tener tu
presencia frente a mí, sentir los miles de detalles que te hacen tú,
acariciarte en la realidad y liberarme de la condena de verte solo en sueños.
XXV
Al día siguiente al encontrarnos, Cecilia me pidió
ir al zoológico.
- ¿Te gustan los animales? –Me preguntó.
-Claro. Me gustan los felinos.
-¿Y las aves?
-También me gustan, pero a la brasa, acompañadas de
papas fritas.
-¡No! ¡Qué cruel!
-Pero más que comer aves preferiría comerte a ti,
comerte de verdad, morderte con mis dientes y tragarte enterita.
-Te diría que eres un caníbal.
-No, no te comería por hambre.
-Sino, ¿entonces? ¿Por gusto?
-Por amor.
-¡Oh vaya! Así si dejaría que me comieras, claro.
-Te mordería tiernamente y te tragaría con dulzura.
No, no, miento, no es así. Lo que siento es que quiero tenerte dentro de mí, saciarme
de ti, aunque teniéndote dentro, estallaría.
-Entonces, no dejaré que me comas. A propósito,
hablar de comer me ha dado hambre. ¿Vamos a comer?
-Si pero vámonos volando.
-¿Volando?
-Sí, volando. Podemos volar alto, bien alto, hasta
las estrellas.
-¿Es posible?
-Claro, recuerda que estamos soñando.
-A veces no me parece.
-¿Verdad?
-No sé. Siento o de repente quiero sentirlo así,
que todo es real.
-Tienes razón. Si te viera en la realidad pensaría
que estaría soñando.
-¿Quisieras que viviéramos en la realidad?
Tuve la impresión que esa pregunta era atrevida,
viniendo de Cecilia. Pensé, ¿qué tal si le digo que sí? ¿Qué diría? Dudé, dudé
mucho para contestarle. Estábamos allí, juntos, viéndonos, disfrutando de
nuestra compañía, queriéndonos. No quería perder todo eso, no quería perderla.
Talvez debería desviar esa conversación.
-Sí, ¿y tú? Le respondí.
-Me miró profundamente y se quedó callada. Bajo la
vista y luego volvió a mirarme. Y con una voz suave y calmada dijo:
-Yo también.
XXVI
No me engaño. Puedo engañar a todos, pero no a mí
misma. No soy feliz con la vida que tengo. No amo a mi esposo, eso lo sé y lo
he reafirmado a través del tiempo. La gente me ve reír y me felicitan por la
familia que tengo. Yo les sigo la corriente y finjo ser feliz. Para mí, yo no
rio, mi sonrisa es una mueca de infelicidad. A veces me pregunto si la gente
realmente se da cuenta y son hipócritas como lo soy yo, y siguen el juego de
esta vida. Nadie me pregunta realmente que siento. Yo veo que a mí alrededor
todos son felices o es que fingen como yo y no se atreven a enfrentar el dolor
que daría la realidad. ¡Que cómodo se vive así! Seguro que eso he hecho, he
intercambiado felicidad por comodidad. Pero ese papel no es agradable. Mis días
son estar en ajetreo constante para no detenerme a pensar y reflexionar en esta
vida absurda que estoy viviendo. Claro que mis hijos me dan mucha alegría y un
poco de felicidad. Los quiero mucho y ellos me quieren también. He tratado con
mucha voluntad de volver a querer a mi esposo. Hemos pasado más tiempo juntos,
los dos solos. Hemos celebrado entusiastamente nuestros aniversarios y otros
acontecimientos. A pesar de lo aparente positivo de los encuentros, me vuelve
inexorablemente una tristeza y un desdén, porque dentro de mí no me conmueve ya
nada de él. Y cuando tenemos relaciones íntimas, a pedido e insistencia de él y
aunque invento muchas excusas, me siento muy mal después, pues es una tortura
para mí, tanto que quiero arrancarme la piel. Algunos momentos nuestras miradas
se encuentran y siento que mis ojos me delatan. Presiento que él sabe ya la verdad,
pero entiende que ni él ni yo podemos hacer nada y no se atreve a encararme
pues sería el fin del mundo que tenemos hasta ahora.
Un día estábamos en una reunión con unos amigos.
Los varones se juntaron en el patio a comentar sobre deportes, como siempre, y
nosotras, las esposas nos quedamos en la sala, charlando. Una de ellas comentó
que su esposo tenía una secretaria bonita. Le aconsejamos que se pusiera
alerta.
-La tentación puede ser muy grande y tú sabes, tu
esposo pasa más tiempo con ella que contigo.
-Si se le
ocurriera “sacar los pies de plato” a mí no me faltaría pretendiente para
ponerle los cuernos para estar a la par.
-Yo no lo haría- Comentó otra- si mi esposo
quisiera revolcarse con otra mujer, allá él.
-¿Qué tal si tú te enamoraras de otro hombre? No
hay que decir de esta agua no he de beber.
-A propósito. Tengo una amiga del tiempo de colegio
que se ha enamorado perdidamente de su entrenador y me dice que es el amor de
su vida.
-No sé cómo una esposa se puede enamorar de un tipo
que solo le dedica ratos, que no está cuando sus hijos les da fiebre, cuando
tiene una emergencia, cuando celebra algún evento familiar, cuando necesita
dinero para comprar ropa a los hijos, cuando planeas el futuro de sus hijos.
¿Dónde está? - Fue el comentario de otra. Al cual siguieron otras opiniones
más.
-Cierto, no se da cuenta que solo es una fijación
romántica. “Es el hombre de mi vida” ¡ja!
-Los amores de la vida están en nuestras casas.
-Tienes razón. Algunas mujeres mantienen esa
fijación que no les permite tomar conciencia de lo valioso de lo que realmente
tienen.
-El problema es la idea idealizada del hombre.
Deberían sacarse esa idea de la cabeza y valorar a su familia y amarlos
incluyendo a su esposo.
-Los maridos no son perfectos. ¿Qué hombre es
perfecto?
-¡Perfecto solo Dios!
-A mí me han ensenado que el matrimonio es para
siempre y la fidelidad también lo es. Una está casada por los sentimientos y no
por papeles firmados.
-Darse a respetar como señora eso es lo que debe
hacer tu amiga. Seguro que no sabe lo que es amor y ahora corre tras una
ilusión.
-Debe de estar con la cabeza caliente, tener un
enamoramiento. El peligro a que se está exponiendo es que su marido se entere y
pierda todo.
Una de ellas expresó tímidamente y con resquemor.
-Claro, pero si ya no existe amor entre la pareja y
la esposa lo ha intentado todo, lo mejor es terminarlo, aunque haya hijos que
seguramente sufrirán. Pero más sufren viendo un hogar lleno de mentiras, de
agresiones y desamor.
Luego que habló, todas callaron ante tal comentario
discordante. Hasta que la dueña de casa rompió el silencio.
-¿Qué tal me salió el suflé?
Paré de escuchar lo que decían, solo miraba gestos
y labios moviéndose. Solo asentí con la cabeza lo que decían, cínicamente,
mostrándoles mi aceptación a sus opiniones.
Pero que bien domesticadas estaban estas señoras.
Bien parecía que sus propios esposos les instruyeron en el arte de cerrar sus
ojos a sus vivencias, y aceptar que el matrimonio es donde acaba la vida de las
mujeres. Piensan que tenemos que servir a la familia para protegernos, para
tener futuro, que nuestro fin es la casa, y que esa nuestra profesión. Con
discreción me abstraje de ese mundo llenos de valores, de sacrificios y de
deberes que no era el mío.
Impensablemente, esta reunión aclaró mi mente. Si,
asentí con la terminación del matrimonio cuando el amor entre los esposos ha
terminado. Ahora sé lo que debo de hacer. Lo que no sé es como ni cuando
romperé mi matrimonio.
XXVII
A veces me pregunto cómo estará Cecilia, que estará
haciendo en estos momentos. ¿Le irá bien? Cuando nos encontramos no me atrevo a
preguntarle, tampoco ella me comenta nada. Es como si tuviéramos un acuerdo
tácito. Creo que así es mejor. Aquí conmigo tiene un refugio y un lugar de
olvido. ¡Y yo…! la tengo a ella!
Teniendo esos pensamientos en mi cabeza me eché a
dormir. Y Cecilia apareció.
-¡Hola amor! –La saludé
-¡Hola! ¿Qué tal? -Me preguntó.
-Bien amor. Te extrañé –Le confesé.
-Yo también te extrañé.
-Pero yo te extraño más –Le dije
-¿Cómo puedes saberlo? Además, no ha pasado ni un
día.
- ¿Sabes qué es un día?
-Claro que lo sé. Pero dime, ¿Qué es un día para
ti?
-Un día es la vuelta que da la tierra sobre su eje.
En esa rotación la mitad del planeta recibe la luz del sol y la otra mitad se
sumerge en la oscuridad. El conjunto de 365 días hace un año y 75 años
conforman una vida humana. Pero mi vida no dura años. Nace y renace cuando el
sol me alumbra. Y cada día, al despertar, cuando me sorprendo vivo,
inmediatamente mi ser pregunta por tu presencia, donde estás. Solo en la noche,
cuando me abate la inconciencia me separo de ti y muero. Aun en sueños mi
espíritu te busca y si no te encuentra, se aturde con el caos de mi mundo
onírico, hasta que salgo de ese marasmo, a revivir cuando amanece el día y a
preguntar otra vez, por ti.
- ¡Qué lindo!
Me acerqué a ella y la abracé. Sentí su cuerpo, su
torso con mis manos, sus senos con mi pecho, su vientre con mi vientre. Al
separarnos besé su frente.
-¡Vamos a dar un vuelo!
-¿Un vuelo? – Lo pensó un segundo y dijo -¡Vamos
pues!
Y al instante estábamos en una pradera con una
avioneta de color amarilla, monomotor esperándonos para pasear.
- ¿Qué vamos hacer? -Inquirió
- ¡Volar! –Le repliqué
- ¿Sabes volar? –Preguntó.
- ¡No! No necesitamos saber, recuerda que estamos
en un sueño.
-Aun así, tengo miedo de caer.
-Eso es lo mágico de los sueños.
Nos apeamos a la cabina, Cecilia se sentó atrás y yo
adelante, de piloto. Me amarré una bufanda al cuello y unos lentes de pilotear.
-Ponte esta bufanda y estos lentes de pilotear
también.
- ¿Por qué no me das un paracaídas también? Por si
acaso.
-Tú ya tienes alas.
-¡Que gracioso!
Eché a andar el motor. Éste tosió un poco y la
avioneta comenzó a rodar. Después de un rato empezó a elevarse y dejamos el
suelo. Hacia sol y unas cuantas nubes de algodón flotaban en el cielo. Mirando
el horizonte me percate de algo inusual.
-¡Mira Cecilia, una nube se ha caído!
-¿Cómo que una nube se ha caído? ¡Una nube no se
cae!
-¡Si, mira!
De lo alto de una cadena de nubes, una de ellas se
había caído a la tierra y solo quedaba atada al resto de las otras nubes por
unos tiras y retazos de nube.
-¡Es cierto! ¡Que loco!
Atravesamos un valle y enrumbamos hacia el mar.
El océano lucía azul-verdoso y decidí volar a ras.
Volé tan bajo que el agua comenzó a salpicar.
-¡Me estoy mojando! –Gritó Cecilia
-Está bien. Subiré lo más alto que pueda.
Jalé la palanca y elevé el morro mientras pisaba el
pedal. La avioneta subía, pero lentamente.
-Ya estamos muy alto, ya no veo la tierra –Me
advirtió Cecilia.
-Pararé de subir.
Bajé lentamente el morro y quité poco a poco el pie
del pedal.
-¿Qué tal ahora?
-Está mejor.
-¿Qué tal sin manos?
-¿Cómo que sin manos?
-Levanta las manos cuando yo te diga.
Coloqué el morro lo más derecho que pude. Y le
grité.
-¡Sin manos!
-¡Sin manos! –gritó Cecilia también.
Y así, con los brazos en alto volamos un rato
mientras la avioneta se dirigía al sol.
De regreso a tierra le pregunté,
-¿Qué te pareció?
-¡Súper emocionante!
-Así quisiera irme de este mundo.
-No te entiendo.
-Si he de morir un día, quisiera hacerlo así,
montado en una avioneta, sobre un mar verde y cielo azul y de allí dar un salto
a la eternidad.
-Se ve que estás loco, pero cada loco con su lema.
XXVIII
La percepción del tiempo varía de acuerdo a la edad
del que percibe. Para los niños de seis, siete u ocho años de edad, decirles
que el próximo mes van a ir de paseo es decirles que en un año se llevará a
cabo; y si les dices que en una semana se llevará a cabo, para ellos es un mes.
Al contrario, cuando se tiene como cincuenta o más, una semana es pronto y un
año se va volando. Lo mismo ocurre cuando percibimos el tiempo bajo un sentimiento
o emoción. Así ocurre cuando el beso que damos al estar enamorados dura una eternidad
o cuando en trance de perder la vida, toda nuestra historia pasa por nuestros
ojos en contados segundos. Pero también esa apreciación del tiempo difiere
entre el sexo masculino y femenino.
Era diciembre, en los días cercanos a la Navidad. Cecilia
y yo fuimos a Nueva York para ver a las “Rockettes”, en el Radio City Music
Hall. Esta compañía de ballet es famosa porque cada diciembre abre sus
funciones donde muestra la precisión de sus rutinas, como cuando todas las
bailarinas al unísono levantan sus pies hasta la altura de sus ojos.
Yo había comprado los boletos para la función de
las nueve de la noche y ya eran las ocho y media. Nuestro hotel no estaba lejos
del teatro, solo teníamos que caminar cinco cuadras, llegar y hacer nuestra
fila para entrar. Teníamos el tiempo justo y suficiente. Pero Cecilia tenía
otra idea en mente.
-Mira, allí hay una cafetería. Quisiera tomar un
café machiato – Me dijo.
- ¿Qué tal si tomamos el café después de ver las Rockettes?
- Le pregunté.
- Quiero
tomarlo ahora- Me replicó.
- ¿Quieres tomar el café ahorita? - Medio que
quería insinuarle que podría ser
después.
-Sí, ¡ahoritita!
Entonces entendí claramente en que tiempo lo
quería.
XXIX
Una noche esperaba a Cecilia, pero no llegó.
Entonces me quedé dormido y soñé.
Soñé que iba a la casa de Cecilia a visitarla.
Seguramente tuve ese sueño por la preocupación que sentía porque no llegaba. La
casa lucía lúgubre y tenebrosa. Al entrar, no se percibía ninguna luz
encendida. Llegue a su cuarto que estaba
a oscuras excepto en el centro, donde estaba Cecilia semi-sentada en su cama,
mirando el techo, incrédula, con la boca entre abierta. Me di cuenta que algo
raro pasaba, la cama de Cecilia estaba cercada por unas altas paredes de vidrio
y Cecilia estaba dentro, encerrada. Yo podía verla, pero ella no a mí. Le hablaba,
pero tampoco me escuchaba. Estaba desconcertado, no entendía lo que pasaba,
miraba aturdido esas paredes de cristal, como si fuera una prisión de vidrio
que encerraba a Cecilia. De pronto me vi con su esposo andando por las calles
de una ciudad solitaria, sin gente. Había jardines con estatuas que estaban a
la vera de camino, con formas de mausoleos. No hablábamos entre los dos, solo
caminábamos. Llegué a imaginarme que estaba en Pompeya, la ciudad sepultada por
ceniza volcánica.
No pensé en darle un significado a mi sueño, me era
imposible enterderlo. Cecilia presa en
una habitación transparente no tenía sentido. Pero la segunda parte del sueño
me pareció dramático y funesto, mensaje que no quiero aceptar.
XXX
Recuerdo que cuando era niño y tenía pesadillas me
aconsejaban qué hacer para saber si estaba soñando.
- ¡Peñíscate! Si te duele es que estabas soñando
–Me decían.
Así que, si me golpeaba, me cortaba y me dolía es
que estaba despierto.
Ahora ya no creo que sentir dolor sea prueba
suficiente de que estoy viviendo en la realidad. Sabemos que la mente te puede
hacer sentir dolor sin ninguna causa física. Algunas veces me ha pasado que me
he golpeado y hasta me he cortado saliéndome sangre sin sentir ningún dolor y
no me he dado cuenta hasta que he visto mi propia sangre y me preguntaba ¿Cómo
me hecho esto?
Sabemos que el mundo que vemos no es como lo vemos,
que los colores no existen, que lo que experimentamos como sólido y duro no lo
es, que no vemos con nuestros ojos sino con nuestro cerebro. Prácticamente
fabricamos la realidad.
Ya adulto he hecho las paces con los sueños y los
considero la otra parte de la realidad, como caras de una misma moneda. Pero
los sueños tienen algo que la realidad adolece, la magia.
La magia de los sueños es lo que nos hace
trascender esta existencia de respirar, comer, trabajar, dormir, crecer,
envejecer y morir. Mediante los sueños puedes ser quien quieras, estar con
quien sea, ir de adelante y para atrás en el tiempo y puedes traer a tu
presencia los seres queridos que ya se han ido de este mundo. Jamás la realidad
podría hacer eso. Por eso tener a Cecilia en mis sueños era un sueño, pero que
nunca se haría realidad.
Como siempre nos encontramos en el boulevard de
cuantiosas flores, de multicolores pétalos, de intensas fragancias, y árboles
frondosos de hojas de un verde nuevo, recién nacidas.
-¿Dónde quisieras ir?-Le pregunté
-Quedemos aquí- Me dijo.
Y nos sentamos en una banca a la sombra de un
sicomoro.
-Lo que tú quieras amor- Asentí.
La noté diferente, no transpiraba la alegría y
tranquilidad de otras veces. Algo pasaba en su interior. Se me ocurrió algo
para hacerla sentir bien. Mi mente trajo un columpio donde Cecilia se sentó y
la empecé a mecer suavemente. Sonrió un poquito. Luego le traje un dulce de
algodón de color rosa para compartir. Comenzó a mordisquear como una conejita.
Yo mordí otro tanto y se me pego un pedazo en la nariz.
-Mira – le dije – Por infeliz se me pegó un
pedacito en la nariz.
-No, no eres infeliz. Tú tienes un alma grande. Por
eso te quiero.
Sonrió más, abrió más los ojos y su boca se
entreabrió invitando a un beso. Me acerqué, Cecilia inclino un poco su cabeza y
me miro aceptándolo. Bajo los brazos y posé mis labios en los suyos mientras la
luz se iba retirando lentamente. Nos vimos repentinamente sobre la yerba, en
medio de un enjambre de flores. El éxtasis duro…lo que duro. Cuando abrimos los
ojos estábamos sentado otra vez en la banca a la sombra del sicomoro.
-Te pregunto algo –Me dijo
-Lo que tú quieras amor.
-¿Quisieras verme?
-Ya te estoy viendo.
-Verme en la realidad.
No le entendí. No, si le entendí. La pregunta era
incomprensible para mi mente. Si, quería verla
-¿Estas segura?
-Totalmente.
-Yo también quisiera verte. Estoy feliz de tenerte
aquí pero no quisiera perderte por ningún motivo.
- Sé que vivimos en un sueño y te veo como un
sueño, un sueño bonito pero al final eres un sueño. Quisiera saber si eres real
también.
-Soy un sueño porque no puedo vivir en tu realidad.
La realidad es cruel y nos da sufrimiento. En cambio, en nuestro sueño somos
felices. La tristeza no puede vivir allí.
-Vamos, compláceme, al menos.
-Sí, vamos a vernos.
XXXI
-Seguramente y para entenderte mejor deberías decir
que ya no sientes a tu marido como tu esposo y quieres romper el compromiso de
fidelidad- Le repreguntó Sofía.
-¿Si digo que no lo amo más estoy siendo honesta?
He tratado de llevar una vida normal pensando que quizás sería mejor para mí y
para mi familia, pero ya no.
-¿Ya lo decidiste?
-Sí, ya lo decidí. He reflexionado, he tomado mi
tiempo y lo decidí. Pero no es una fácil decisión ni tampoco llevarla a cabo.
Debería ser más fácil terminar una relación errada en estos tiempos modernos y
más cuando se quiere ser honesta. No entiendo este mundo.
-En muchas cosas se ha avanzado, pero no en el
amor, nos hemos estancado.
-¿O de repente hemos ido para atrás?
-Te contaré que hace mucho tiempo había tal
libertad que la mujer podía tener amores con quien quisiera sin ser vista como
una ramera y ser respetada como cualquier hombre. Si ella estaba con un hombre
y no quería ser importunada, bastaba que el susodicho pusiera su lanza en la
entrada de su casa. El concepto de amor era diferente, más sano, más alegre,
natural y divertido. El de ahora es posesivo, controlador, dominante,
individual y complejo por las diversas normas que se deben seguir. Además, el
estado usa el amor de pareja y su dinámica como un recurso para dominar la
sociedad y a sus individuos, como cuando tapa o descubre el cuerpo de la mujer
para, sugerentemente, hacer que los hombres se conduzcan de cierta manera en la
sociedad.
-No es extraño entonces que nosotras las mujeres
encontremos muchos problemas en nuestra vida sentimental.
-Pero cuéntame, ¿crees que tu esposo aceptara con
tranquilidad la separación?
-Es una incógnita. Él se muestra mesurado y pacífico,
pero es un volcán por dentro. Siempre ha tenido la capacidad de liberar su
presión. Pero hay algo que mi esposo ha hecho últimamente que es inusual en él.
Ha comprado una pistola.
-¿Una pistola?
-Si. Siempre había estado opuesto a las armas de fuego,
pero hace quince días compró una. Yo le pregunté porque y me dijo que
el ver la cantidad de asaltos y robos le ha hecho cambiar de idea. Dice que es
solo para auto defensa.
-En cierta manera parece entendible su motivo
considerando el grado de inseguridad en que vivimos. De todas maneras, deben de
establecer un procedimiento para mantener bajo extremo cuidado esa arma
considerando que hay chicos en la casa.
-Lo hemos discutido mucho y dice que solo la va
llevar cuando tenga que trabajar hasta tarde. En casa la tendrá bajo llave
siempre y, solo en la noche, la tendrá disponible para seguridad. Dice que si
escuchara algún ruido dispararía un tiro al aire para asustar a los ladrones.
-Parece bien pensado. Te quería preguntar otra
cosa. ¿Has conocido a alguien que esté interesado por ti?
-No ni quiero conocer a nadie.
-¿Sigues pensando en mi hermano? Te pregunto eso
porque si vas a estar libre de compromisos podrías retomar una amistad con él.
-No, he dejado de pensar en tu hermano como una
ilusión, lo recuerdo como una experiencia de juventud. No he pensado en
comunicarme con tu hermano y si lo hiciera, seria por pura casualidad.
-Tú sabes que yo no puedo transmitirle ninguna
conversación que tengo contigo, aunque así lo quisiera.
-Yo siempre confió en ti y no se me ha cruzado por
la mente que tú fueras a compartir cualquier cosa que te comenté aquí en tu
casa.
-Gracias y espero que todo te vaya bien.
-Gracias a ti por ser tan paciente y ayudarme
tanto.
XXXII
Siempre me había preguntado porque quería tanto a
Cecilia y nunca había hallado la respuesta. Pensé que así era el amor, no da
motivos para querer. Sus razones son indescifrables e inalcanzables. Lo que sí
sé es que el amar no tiene nada que ver con la belleza, ni la sexualidad. Se
ama a una persona que muchas veces no es bella y se ama generalmente al sexo opuesto,
aunque no sea así siempre. Tampoco es algo casual, pues hay atracción química,
instintiva o espiritual. Pero intuyo que la gran razón es el karma. Odias o
amas a alguien en esta vida porque en otras estableciste una relación que no
concluyó como debiera y en esta vida se te da la oportunidad de cancelarla
armoniosamente.
Así lo pensaba. Pero sentía que había una razón
más. Y eso me lo reveló el pedido de Cecilia para vernos. Sí, yo tenía un
lazo karmico con ella, pero debería de haber una condición para que ese lazo se
manifestara. Y lo llegue a sentir en lo más profundo de mi corazón, donde
anidan las verdades eternas e inmutables, verdades que se alcanza tras hondos,
intensos y apasionados estados de conciencia. En una palabra, por el dolor,
amor o muerte. Y lo que desencadenó el karma fue el sentir que Cecilia me
necesitaba para ser feliz. Tenía que cumplir con el destino que me había profetizado
la adivina, el revelarle que yo la amaba, no en sueños, sino en la realidad
misma.
XXXIII
Quedaron en verse el miércoles primero de abril, a
las diez de la mañana, en el jardín botánico de la ciudad de Cecilia.
-¿Me prometes que vas a ir? – Preguntó Cecilia.
-Claro que allí estaré. ¿Cómo voy a dejar plantada
a la chica más linda del mundo? Y algo peor, en nuestra primera cita.
-¡Que emoción! Nuestra primera cita de amor.
-Y no la voy a perder por nada del mundo.
Era miércoles, a una semana de la cita. Decidieron
no verse hasta encontrarse de nuevo.
Marlon llegó a su ciudad el martes y se alojó
en un hotel desde donde ordenó a una florería un bouquet de rosas rojas
para recoger a las nueve de la mañana del siguiente día.
Por su parte Cecilia compró un jean gastado y una
blusa amarilla, la ropa similar a la que en sueños había usado la vez que
se comprometieron.
Durmieron ambos con la emoción y la alegría de
saber que por fin se verían con sus ojos, se tocarían con sus manos e iban a
sentir el mundo alrededor del ser que más amaban en la vida.
Marlon llegó a quince minutos para las diez,
con el ramo de rosas en la mano. Había caminado unos cinco minutos por los
alrededores del jardín.
El jardín botánico era un local amplio que abarcaba
dos bloques de la ciudad. En sí mismo era una ciudad con calles y edificios,
pero con una singularidad, los habitantes eran las plantas. Allí eran cuidadas
y preservadas y vivían pacíficamente lejos del trafago de la ciudad.
Marlon encontró el jardín desolado, sin gente. Pensó
que talvez era por el día y la hora tan particular. Se sentó con las flores en
la mano y esperó.
Cecilia despertó al miércoles con una algarabía
contenida, sonriente y ensimismada. Por eso no se percató que algo extraño
sucedía con su esposo. Lo había despertado un sueño en la madrugada que no lo
dejo dormir más. Soñó que estaba caminando por unas calles y jardines
desolados, sin gente. Solo había un hombre que andaba delante de él. El hombre
encontró una banca y se sentó con un ramo de rosas entre sus manos. Le pareció
tan intrigante el sueño que lo mantuvo turbado hasta el amanecer.
Cecilia se preparaba meticulosamente para su cita
mientras su esposo se encaminaba a su trabajo. En el trayecto
pasó por el jardín botánico y le atrajo un raro presentimiento. Entonces
recordó su sueño y decidió entrar. Estaba vacío de gente. Solo vio a un hombre
caminando delante de él quien al cabo se sentó en una banca.
Caminó frente al hombre y anduvo de soslayo para no ser reconocido. Pudo
darse cuenta quien era ese hombre y el motivo por el cual estaba allí. En ese
momento entendió porque vio a su esposa sonriente en la mañana, como nunca lo
había estado antes. Supo, para sí, porque Cecilia se había separado poco a poco
de su lado y porque su corazón ya no le pertenecía. Y también sabia para quien
eran esas rosas que el hombre guardaba en sus manos.
Se acercó otra vez al hombre sentado en la banca.
Se paró frente a él, sacó una pistola y disparó dos veces a la cabeza del
hombre y huyó.
Cecilia escuchó los disparos, como si fueran
petardos o explosiones que a veces emiten los autos. Pero aceleró sus
pasos. Al acercarse vio a Marlon sangrando de la cabeza, tirado en la grama con
un ramo de flores en la mano.
-¡Marlon! ¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha disparado? Y
comenzó a gritar pidiendo auxilio. Miro alrededor pero no vio a nadie, pero aun
así siguió gritando.
-Cecilia…déjalo… quiero soñar.
-¡No! necesitas un doctor – Y siguió llamando por
ayuda.
-No puedes dejar que muera aquí. Mi vida pertenece
a los sueños. Vamos, no me queda tiempo.
-No, resiste. Llamaré a una ambulancia.
-No, échate aquí conmigo. Créeme, me estoy
muriendo. ¿Recuerdas cuando te dije como quería irme de este mundo? Quiero que
me ayudes a realizar mi deseo. Llévame a tomar la avioneta.
Cecilia lo miró fijamente y comprendió que se
estaba yendo de este mundo.
Se acomodó en la yerba al lado de Marlon. Le cogió
la mano y entraron en el trance del sueño.
Abrieron los ojos y se encontraron en la pista de
despegue donde se hallaba la avioneta amarilla.
-Gracias Cecilia por traerme. Sin ti no hubiera
podido llegar hasta aquí.
-Pero si estás bien. Volvamos, quiero que sigas
viviendo.
-No tengo más tiempo. Tú ya estás hablando con mi
alma.
-No, no te vayas, por favor. ¿Qué haré sin ti?
-Sueña. En tus sueños allí estaré.
-¡No! No podré vivir sin ti.
-Recuerda lo que te digo, como que existe Dios, en
otra vida nos volveremos a ver.
Marlon se subió a la avioneta, se puso las gafas de
pilotear y una bufanda blanca al cuello y partió. Mientras el motor del avión
tosía motas de algodón, con la mano le iba diciendo a Cecilia adiós. Ella
lloraba y sonreía a la vez mientras Marlon volaba al infinito con su avión.
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