“Nombrar es
pertenecer, es limpiar misterios, pero también donarlos; nombrar es el acto con
el que aceptamos que algo ya es parte indispensable de nosotros.
Me contaron la
historia de una coneja que llegó como los temporales, así, nada más, sin
ninguna razón aparente, sin una señal previa, y que cavó su madriguera en el
rinconcito de un jardín.
Me contaron que
la coneja hizo de ese jardín su país y de la casa contigua, su hogar; me
cuentan que con el tiempo convivió con los humanos de esa casa, al cobijo, siempre,
de un cariño entrañable.
Me cuentan que a
esa coneja le llamaron Carolina.
Carolina, Carito, la
coneja, desaparecía con frecuencia, pero siempre volvía, como la primerísima
estrella de octubre, debajo de una maceta o de un árbol, o entre la hierba, tranquila,
con los ojos cerrados y las orejas pegadas al lomo, respirando fuerte.
Me contaron que
había veces en que los perros de la casa veían en ella las mismas
características de un lomo jugoso que corría ante sus instintos perrunos,
generando persecuciones que terminaban siempre en final feliz, con el gesto de
los amigos que se estrechan la mano después del juego.
Me contaron
que Carito adquirió con el tiempo costumbres caninas, como la
de rascar la puerta para pedir comida —nueces, arándanos, galletas María, sus
favoritas— o como la de dormir a los pies del amo mientras la lluvia arreciaba
afuera, o la de agradecer el cariño —y la comida— con el temblar fugaz de
sus orejas.
Me contaron que
Carito, la coneja gris con blanco, se fue, no sé a dónde, no me importa, pero
que ya no volverá nunca, y que al contrario de su llegada repentina, como la de
los temporales, Carito no se fue sin avisar primero. Fue a despedirse, a
agradecer y hasta el último momento devolvió el calor que por tanto tiempo le
fue dado.
He pensado en si
ella habrá nombrado a los habitantes de esa casa como ellos a ella: yo creo que
sí, los animales saben también nombrar, les pertenecemos de otras formas.
Carito, Carito;
pienso Carito. La canción de Mercedes es la todos y también la tuya. Mira qué
chiste, Carito, que el humano se siente humano sólo después de haber amado a un
conejo. Quién diría”.
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