Puede decirse que me topé con Mabel varias veces en esta vida.
Cuando tenía 17
años y había terminado mis estudios secundarios fui de viaje con un grupo de
amigos al norte del país. Allí estaban las haciendas azucareras que fueron
transformadas unos meses antes en cooperativas agrarias, cuyos nuevos dueños
eran los trabajadores agrícolas.
Paseando por el
pueblo llamado “Casa Grande” se nos acercó una chica que desenfadadamente y sin
temor nos habló. Conversamos muy amistosamente con Mabel. Era una chica bien
alegre, segura y cordial, tanto que nos invitó a cenar a su casa. Conocimos a
sus padres, una familia tradicional y afable. Luego de cenar escuchamos música
moderna por la radio que captaba música de la capital. Ya de noche, salimos a
pasear con Mabel por los campos de caña de azúcar, su olor penetrante y dulce
era el aire mismo que respirábamos. En esa noche, caminamos entre los
cañaverales por un sendero oscuro y a la luz de la luna, éramos unas sombras
blancas que reían y hablaban. Me impresionó la forma de ser de Mabel, confiada,
vivaz, era una chica singular en esos tiempos de los sesenta. Por la emoción
que me causo Mabel, le escribí un poema:
Guíame Mabel
guíame por el sendero
que no conozco
de tu pueblo
Soy un extraño
tú lo sabes
me perderé
en un sembrío de caña
por un camino de tierra
en una aldea lejana
si no me coges la mano
Al regresar a mi
casa luego del viaje al norte, me tocaba decidir que profesión quería seguir.
Una mañana, acompañe a mi padre a su trabajo. Él manejaba su auto cuando me
pregunta si había elegido la carrera que quería seguir. Justo en ese momento
paseaba por la calle un vagabundo, todo sucio y andrajoso.
-Como él quiero
ser – Le dije a mi padre señalando al vago.
-Aun ese hombre
tiene necesidades. – Me replicó.
-Me conformo con
tener sus mismas necesidades.
Nos quedamos en
silencio.
Luego de unos
días, mi padre me habla de la carrera de ingeniería que, según él, me convenía.
Acepté su sugerencia porque comprendí que no iba a ganar mi opción de
vagabundo. Así que estudié ingeniería para complacer a mi padre, pero a la vez
estudié Filosofía para mi desarrollo personal y de paso ingresé al
Conservatorio para cultivarme artísticamente.
Años de estudios
académicos me dieron la convicción que lo único cierto y comprobable en el
universo lo proveía la ciencia. En la búsqueda de la verdad última, me aficione
a una teoría que decía que en el principio, fue el caos, que por un principio
interno se organizó y formo los cuerpos físicos, la naturaleza y por último el
hombre. Por ende, la ciencia niega la intervención divina en la creación del
cosmos, cosa a la que me adherí completamente, negando la existencia de Dios,
algo que no sabía que iba a cambiar.
Una noche
preguntándome que era la vida me quede dormido. Soñé que me veía andando por un
camino solitario. Este sendero conducía a una fuente de luz. Al lado del camino
comenzó aparecer pedazos de materia, bloques transparentes reposaban en ese
valle. Mientras más avanzaba, el suelo iba desapareciendo hasta que solo
quedaba el sendero suspendido en el espacio. Seguí caminando y divisé el camino
que desaparecía a una decena de metros frente a mí. Entendí que ya no podía
seguir por ese sendero porque me destruiría. Entonces, decidí regresar, di
media vuelta y me volví por mis pasos. Desperté recordando mi sueño y comprendí
el significado. Todo lo que yo que creía, no tenía sentido y me estaba
conduciendo al nihilismo. Tenía que volver.
Salí a la calle,
mirando con ojos nuevos el mundo, a la gente la sentí más cercana, casi rozando
mi corazón. Me detuve en un puesto que vendía libros usados. Entre una fila de
gruesos volúmenes encontré “Luz en el sendero”, el libro escrito por Mabel
Collins:
“Estas
reglas han sido escritas para todos los discípulos: Síguelas.
Antes
que los ojos puedan ver, deben ser incapaces de llorar.
Antes que el oído pueda oír,
tiene que haber perdido la sensibilidad. Antes de que la voz pueda hablar en
presencia de los Maestros, debe haber perdido la posibilidad de herir. Antes de
que el alma pueda erguirse en presencia de los Maestros es necesario que los
pies se hayan lavado en sangre del corazón.”
De ese modo, Mabel me ayudo a volver.
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