viernes, 7 de mayo de 2021

¡Guíame Mabel! - XXVIII


 Puede decirse que me topé con Mabel varias veces en esta vida.

Cuando tenía 17 años y había terminado mis estudios secundarios fui de viaje con un grupo de amigos al norte del país. Allí estaban las haciendas azucareras que fueron transformadas unos meses antes en cooperativas agrarias, cuyos nuevos dueños eran los trabajadores agrícolas.

Paseando por el pueblo llamado “Casa Grande” se nos acercó una chica que desenfadadamente y sin temor nos habló. Conversamos muy amistosamente con Mabel. Era una chica bien alegre, segura y cordial, tanto que nos invitó a cenar a su casa. Conocimos a sus padres, una familia tradicional y afable. Luego de cenar escuchamos música moderna por la radio que captaba música de la capital. Ya de noche, salimos a pasear con Mabel por los campos de caña de azúcar, su olor penetrante y dulce era el aire mismo que respirábamos. En esa noche, caminamos entre los cañaverales por un sendero oscuro y a la luz de la luna, éramos unas sombras blancas que reían y hablaban. Me impresionó la forma de ser de Mabel, confiada, vivaz, era una chica singular en esos tiempos de los sesenta. Por la emoción que me causo Mabel, le escribí un poema:

Guíame Mabel

guíame por el sendero

que no conozco

de tu pueblo

Soy un extraño

tú lo sabes

me perderé

en un sembrío de caña

por un camino de tierra

en una aldea lejana

si no me coges la mano

Al regresar a mi casa luego del viaje al norte, me tocaba decidir que profesión quería seguir. Una mañana, acompañe a mi padre a su trabajo. Él manejaba su auto cuando me pregunta si había elegido la carrera que quería seguir. Justo en ese momento paseaba por la calle un vagabundo, todo sucio y andrajoso.

-Como él quiero ser – Le dije a mi padre señalando al vago.

-Aun ese hombre tiene necesidades. – Me replicó.

-Me conformo con tener sus mismas necesidades.

Nos quedamos en silencio.

Luego de unos días, mi padre me habla de la carrera de ingeniería que, según él, me convenía. Acepté su sugerencia porque comprendí que no iba a ganar mi opción de vagabundo. Así que estudié ingeniería para complacer a mi padre, pero a la vez estudié Filosofía para mi desarrollo personal y de paso ingresé al Conservatorio para cultivarme artísticamente.

Años de estudios académicos me dieron la convicción que lo único cierto y comprobable en el universo lo proveía la ciencia. En la búsqueda de la verdad última, me aficione a una teoría que decía que en el principio, fue el caos, que por un principio interno se organizó y formo los cuerpos físicos, la naturaleza y por último el hombre. Por ende, la ciencia niega la intervención divina en la creación del cosmos, cosa a la que me adherí completamente, negando la existencia de Dios, algo que no sabía que iba a cambiar.

Una noche preguntándome que era la vida me quede dormido. Soñé que me veía andando por un camino solitario. Este sendero conducía a una fuente de luz. Al lado del camino comenzó aparecer pedazos de materia, bloques transparentes reposaban en ese valle. Mientras más avanzaba, el suelo iba desapareciendo hasta que solo quedaba el sendero suspendido en el espacio. Seguí caminando y divisé el camino que desaparecía a una decena de metros frente a mí. Entendí que ya no podía seguir por ese sendero porque me destruiría. Entonces, decidí regresar, di media vuelta y me volví por mis pasos. Desperté recordando mi sueño y comprendí el significado. Todo lo que yo que creía, no tenía sentido y me estaba conduciendo al nihilismo. Tenía que volver.

Salí a la calle, mirando con ojos nuevos el mundo, a la gente la sentí más cercana, casi rozando mi corazón. Me detuve en un puesto que vendía libros usados. Entre una fila de gruesos volúmenes encontré “Luz en el sendero”, el libro escrito por Mabel Collins:

“Estas reglas han sido escritas para todos los discípulos: Síguelas.

Antes que los ojos puedan ver, deben ser incapaces de llorar.

Antes que el oído pueda oír, tiene que haber perdido la sensibilidad. Antes de que la voz pueda hablar en presencia de los Maestros, debe haber perdido la posibilidad de herir. Antes de que el alma pueda erguirse en presencia de los Maestros es necesario que los pies se hayan lavado en sangre del corazón.”

De ese modo, Mabel me ayudo a volver.

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