IV
Conforme crecía
me daba cuenta que había una especie de seres tan pequeños como yo pero que
eran diferentes a mí. Y estas eran las niñas.
Eran iguales a
nosotros, pero actuaban de otra manera y reaccionaban diferente a las mismas
cosas. Lloraban fácilmente cuando se caían o las golpeaban, se asustaban
tremendamente a gusanos y cucarachas y reaccionaban más emocionalmente. Les
gustaba, disgustaba, enojaban y molestaban más intensamente las cosas. Y lo más
resaltante es que siempre andaban limpias y les preocupaban mucho ensuciarse.
Usaban el cabello largo, generalmente terminados en cola de caballo prendidos
con ganchos, horquillas o vinchas. Me gustaba más jugar con mis amigos, pero
ante la presencia de estas niñas nuestro comportamiento cambiaba y no sabía por
qué. Aparte de llevar el cabello largo había algo en su apariencia que las
distinguía, no siempre, no en todo momento, pero era potestad solo de ellas, el
de usar vestido. Entonces asumían una actitud de pequeñas princesitas de
cuentos. Y cuando se acercan a jugar lo hacían con un cierto desdén y un
minúsculo sentido de superioridad. No podía saber por qué. Llegué a pensar que
de repente tenían razón, que por una extraña condición eran superiores al
varón.
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