martes, 18 de octubre de 2022

Chancas contra Inkas


Estábamos amarrados, hechos prisioneros por los invasores y sus aliados los chankas. Nos mantenían vivos para que les revelemos donde se hallaban nuestra resistencia.

En la noche aprovechamos el sueño de los traidores, escapamos hacia los cerros de Achaypata. Éramos ocho, nos dividimos en dos grupos, uno corrió en dirección norte y yo y mi grupo al sur. La ruta que tomamos era bien pedregosa y sin ojotas no avanzamos mucho. Llego el amanecer y no habíamos recorrido lo suficiente. De repente, sentimos el zumbido de las flechas chankas. Nos tiraban desde la base del cerro. Decidimos correr hacia abajo para escondernos de sus tiros, aunque sabíamos que nos podían cazar más fácilmente. Corríamos en fila, yo iba atrás. Podía sentir sus pasos detrás y me apuraba lo más que podía. Llegamos hasta un pequeño claro, mas allá se abría un bosque bien tupido. Sería la oportunidad para el triunfo y corrimos más rápido, en zigzag. El compañero que iba delante alcanzó el bosque, así el segundo y el tercero. Yo pude al fin alcanzar el bosque y me internaba cuando sentí una punzada en mi espalda que me derribó. Me revolqué de dolor que … me hizo despertar. Aun en la cama luchaba por coger la flecha y arrancármela. Poco a poco el dolor fue desvaneciéndose y la punzada desapareció. Me pude dar vuelta, estaba en mi cuarto

- ¡Que horrible sueño! –Me dije, no por la persecución y el flechazo sino por el dolor que fue tan real.

Tenía seis años y desde esa edad tengo reminiscencia de ese dolor mortal. A los 36 me aboqué en leer “Los comentarios reales de los Incas”, de Garcilaso de La Vega. En unos de sus tomos leí que un soldado llamado Kanchari fue apresado por los españoles y que intentando escapar fue muerto. Aun hoy siento que Kanchari sigue corriendo por su vida y es muerto miles de veces.

¡Descansa en paz, Kanchari!

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