Regresé temprano a casa pues no me sentía bien, fue algo inusual pues mi
salud era fuerte como un elefante. Nunca había faltado al trabajo por ninguna
enfermedad. Llegué a casa como a las dos de la tarde. Me cambié y me preparé
algo de comer. A las dos y cuarenta y cinco me dirigía a la mesa cuando me
sentí mal, me ahogaba, me faltaba el aire, me sentí débil, me desvanecía. ¿Qué
me pasa? Alcancé la mesa y me senté bruscamente. Vi la comida en la mesa y me
la llevé a la boca desesperadamente, pensando salvarme así del desvanecimiento.
A los segundos estaba mejor, respiraba más fácilmente. Pero de todas maneras me
preocupé y llame al doctor para que me vea inmediatamente.
Conduje el auto escuchando las mismas canciones que oía desde hace 30
años, tratando de tranquilizarme. Tenía confianza que el doctor encontraría lo
que tan súbitamente me había afectado. En quince minutos arribé al
estacionamiento de la oficina del doctor. Miré el reloj del auto, era las tres
y cinco. Me desabroché el cinturón de seguridad y me dispuse a bajar del coche
cuando sonó el teléfono celular. Era de Laura, una amiga.
- ¿Alo?
- ¿Marlon? Soy yo Laura.
- ¿Qué tal?
- Mabel ha muerto, … hace
unos minutos.
- ¡No! ¡no! no puede ser.
- Siento decírtelo.
- ¡No! ¡no! ¡no! ¡no! ¡no!
¡no! ¡nooooooooo! –me escuché gritar. Laura seguía hablando, no sé de qué, su
voz se fue apagando hasta que solo oí el silencio y el dolor me envolvió. La
pena dejo de ser un sentimiento, se hizo carne en mí. Cuando cesé de llorar,
sollozando llamé a Laura y le pregunté.
- ¿A qué hora falleció?
- A la dos y cuarenta y
cinco.
- Adiós.
Entendí que en su último instante de vida, Mabel se sintió sola y
temerosa. Y se asió de mi espíritu, por unos segundos, pero no la pudo
acompañar más allá.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario