sábado, 2 de enero de 2021

¡Guíame Mabel! - XVI


                                                    XVI

Yo no creía en Dios.

Deje de creer cuando era un niño de 7 años, cuando una moneda que llevaba para comprar dulces se me escapa de las manos y cae por unas rendijas a una toma de aire en la acera donde caminaba alegre y despreocupado. Impotente la veía relucir en el fondo, pues no podía hacer nada para recobrarla. Entonces pedí a Dios que haga algo para sacarla, el dios que, según mi mamá, estaba en todas partes y en todo lugar, que veía todo lo que hacía, el todo poderoso, creador del mundo y de nosotros. Pero no me escuchó.

Desde ese momento no creí en él; pensaba que el hombre había inventado a Dios por la necesidad de creer en algo más grande que él. Cuando sucede horribles catástrofes tener alguien a quien pedir protección es muy reconfortante, nada más. La ciencia y la razón había sustituido a dios en mi devoción.

Ha pasado muchos desastres por mi vida, terremotos, accidentes, me han rozado asesinatos, enfermedades que doctores auguraban que no sobreviviría.  Pude haber muerto muchas veces, que amigos culpaban a la providencia divina que todavía este vivo. Y en ninguno de esos casos clamé a Dios.

Mi vida y mi mundo estaban perfecta y racionalmente organizados hasta que hechos comenzaron a resquebrajarlos.

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