XX
Después de la
experiencia que tuve con mi sobrina me aboqué a aprender a levantar una carta
astral.
Así que compré
libros que enseñaban a diagramarla. Para mi sorpresa no me fue tan difícil. Y
la primera carta que levanté fue la mía. Obviamente no es suficiente levantar
la carta sino entender el significado de la posición de los cuerpos celestes y
su interacción en el momento del nacimiento. Para ello tuve que devorarme
libros para adquirir el conocimiento esotérico que escondía la astrología.
Lo primero que
descubrí es que aproximadamente a los 42 años, cuando se repite el escenario
astronómico del día del nacimiento, ocurre el punto de inflexión de la vida.
Ocurren hechos que alteran, puntualizan o introducen patrones en la existencia
de una persona. Uno de estos hechos en mi vida significó que podía “ver”.
En ese tiempo
trabajaba en un astillero que construía yates de lujo. Allí conocí a Benjamín
Castillo con quien realizábamos tareas en conjunto. Un día cuando comíamos
nuestro almuerzo, se tuvo que rascar su pie derecho, a la altura del tobillo.
Tenía una cicatriz que reconocí inmediatamente, porque yo tenía una similar en
el mismo sitio. Se la enseñé.
-¡Qué
coincidencia!
Estuvimos
trabajando juntos por cerca de un año hasta que nos separamos y nos pusieron en
diferentes turnos. Yo proseguía en el día y a él lo trasladaron en la noche.
Una noche tuve
un sueño. Vi que Benjamín sufría un accidente. A la mañana siguiente lo llamo
por teléfono y le recomiendo que se cuide.
-Estoy
trabajando con un jefe que es medio loco.
-¡Salte de allí!
Pide tu cambio.
A los dos días
lo llamo y me cuenta que había tenido un accidente. Le había caído en el pie
derecho un tubo de acetileno. El zapato con punta de acero que llevaba lo
protegió algo, aunque tuvieron que llevarlo al hospital para curarlo.
Al día
siguiente, por la mañana, estaba trabajando en la quilla de un yate que estaba
boca abajo cuando escucho la voz de Benjamín que me llamaba.
-¡Mijaíl!
Volteé la cabeza
buscando desde donde me llamaba. Yo estaba a 15 metros del suelo y podía ver a
todos los que estaban abajo pero no lo hallaba.
-¡Mijaíl!
Me llama otra
vez, pero nada de él.
Decido bajar y
dirigirme a la entrada del hangar, pero tampoco estaba allí. En la entrada me
encontré con dos antiguos compañeros.
-¿Cómo están?
–Los saludo.
-¿Bien y tú?
-Bien, aquí,
tranquilo.
En ese instante
me vuelve a llamar Benjamín.
-¡Mijaíl!
Yo decido
ignorar su llamado pues pensé que todo eso me lo estaba imaginando.
-¡Mijaíl! -Otra vez escucho que me llama.
-¡Oye! Te está
llamando tu amigo – me dijeron mis interlocutores.
-¿Si? Me hice el
desentendido. Me sorprendió que ellos también lo estaban escuchando
-Sí, te está
llamando.
Miré sobre sus
cabezas y me fui a buscarlo, pero no lo encontré.
Entonces decidí
llamarlo a su teléfono celular.
-¡Hola Benjamín!
-¡Hola Mijaíl!
-¿Dónde estás? –
Le pregunté.
-Aquí en el
hospital.
-¿No viniste
para acá esta mañana?
-No, aún tengo
para un par de días más.
Entonces, todo
se me hizo claro. Por un momento yo y algunos de mis compañeros de trabajo
rozamos el umbral de la irrealidad.
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