Andábamos por la
calle de granadillas, era las tres de la tarde de un día medio nublado con un
sol empequeñecido colgando en el fondo del cielo.
—¿Qué ves? —le
pregunté.
—¡Mundos
maravillosos! —me respondió.
Andábamos por la
calle de granadillas, y de repente ya no andábamos más...
De ambos lados
de la calle se alzaron paredes inmensas de nubes negras que oscurecieron el
sol. El suelo se tornó en alfombra de niebla. Llovían rayos alrededor de
nosotros que traspasaban el suelo. Las montañas de nubes, de miles de metros de
altura, se abrían a nuestro paso y se volvian blancas. Callados y sin mirarnos proseguimos
andando por el cielo.
En lo
inconmensurable del universo sentimos que éramos algo y a la vez nada. Mi mente
se inundaba de vacío, mi mente se vació de contenido.
Y de repente
otra vez estábamos caminando por la calle de granadillas.
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